Seis videoclips y un pretexto

sambaCon la actitud de quien tiene todo el pescado vendido y a sabiendas de que en la gala de clausura predomina un público “invitado” tan atento a ver como a ser visto; el filme del broche de oro suele estar más del lado del aparentar que del ser, busca más gustar que gustarse y desde luego se hace evidente que entre ganar el aplauso fácil y provocar el desconcierto, siempre se queda con lo primero. Dicho de otro modo, ya es habitual que la película del último día de la Zinemaldia sea vocacionalmente comercial, ideológicamente neutra y artísticamente nula y superficial.
A ese modelo pertenece Samba, una comedia de emigrantes casaderos y francesas necesitadas de amor en un París de cine. El último pastel del equipo formado por Eric Toledano y Olivier Nakache, los felices autores de Intocable, una película que arrasó en medio mundo y que clausuró con risas y aplausos la edición de 2011, abunda en su complacencia. De manera que, con la misma pretensión de meterse al público en el bolsillo que encerraba Intocable, Samba dijo adiós a una edición que mejora en lo industrial, que parece sortear la crisis y mover mucho dinero, pero que se reitera en la discreción de una sección oficial que no provoca pasiones porque, entre otras cosas, evita todos los riesgos.
Como evidencia de ese espíritu acomodado, nos queda la presencia de Samba, un filme que carece de la energía de Intocable. Digamos que Intocable es una película que en una segunda visión se cae a pedazos y que además deja al desnudo la (in)capacidad de un compromiso serio de sus autores. Pero Intocable era un artefacto bien pulimentado y narrado con convicción que hablaba de la imposible relación, eso sí basada en la realidad, entre un millonario tetrapléjico de genio irascible capaz de machacar a decenas de enfermeros y un negro africano convertido en su compañero de fatigas, complicidades y afectos. Esa unión de dos destinos atravesados por la adversidad se repite en Samba de manera más coral, aunque con un argumento menos elaborado y con poco entusiasmo.
Hasta seis videoclips cabe contar en este filme, seis digresiones musicales que rellenan el metraje de la historia con coreografías y musiquitas insufribles, a golpe de tener poco o nada que decir y decirlo con escaso fundamento.
Nada hay reseñable en esta introspección de plástico e impostura al mundo de la emigración. Pero tampoco hay nada divertido. Toledano y Nakache recrean las dificultades de los emigrantes en París con menos rigor que el utilizado por el Hollywood clásico para recrear el mundo oriental en los años 30. Sus personajes y sus sufrimientos van de la mano en un batido no apto para quienes acuden a una sala de cine con la pretensión de que no se les haga perder el tiempo.
Samba resultó tan decepcionante como lo fue el arranque con El protector, al servicio de Denzel Washington. En el primer caso, estaba la coartada de la presencia del actor para recoger el Premio Donostia. En Samba, ni siquiera había justificación del glamour salvo la garantía de saber que Intocable la vieron incluso los que solo van al cine un par de veces al año.

 

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