Cántico a los herederos del mundo
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Título Original: TIAN ZHU DING / A TOUCH OF SIN Dirección y guión: Jia Zhang-ke Intérpretes: Wu Jiang, Li Meng, Luo Lanshan, Wang Baoqiang, Zhang Jiayi y Tao Zhao Nacionalidad: China y Japón. 2013 Duración: 133 minutos ESTRENO: Julio 2014
 
En El caballo de Turín, Béla Tarr se sirvió de un episodio acontecido el 3 de enero de 1889, fecha en la que Nietzsche sufrió un colapso mental. La historia no fue verificada pero la leyenda cuenta que el autor de Más allá del bien y del mal, al pasear ese día, a la edad de 44 años, vio a un cochero maltratar cruelmente a su caballo. El filósofo se interpuso entre el animal y el hombre, empezó a llorar y su portentosa inteligencia se apagó para siempre. Once años después murió. Con esa imagen, el cineasta húngaro se las ingenió para que un caballo sirviera de símbolo y metonimia del apocalipsis.
En Un toque de violencia, una de las voces cinematográficas más poderosas del siglo XXI, fugazmente muestra por dos veces, en el primero de cuatro episodios que componen su filme, la imagen de un cochero iracundo y violento. En la primera su protagonista pasa de largo. En la segunda visión, cuando todo se ha consumado, ese personaje, presunto alter ego del propio Jia Zhang-ke, no llora por el caballo, ni tampoco por la ignominia del ser humano. Simplemente asume el rol que ha decidido ser, apura de ese cáliz y se comporta como un ángel exterminador, como un heraldo funesto.
Un toque de violencia se reviste con esas galas especiales solo propias de los cineastas que se dejan la piel. Casi desconocido para la cartelera española, Jia Zhang-ke ha creado una hermosísima conjunción de ensayos sobre la China contemporánea. Todo en su cine se sabe atravesado por la grandeza y la contradicción. Todo se ve digerido por un proceso dialéctico que lleva en su interior la clave del futuro del mundo.
Se ha señalado que Un toque de violencia representa un giro de sentido en su cine. Más allá de la complicidad de Kitano y más acá del artificio de recorrer el país a través de cuatro personajes y cuatro escenarios, resulta obvio que Zhang-ke permanece fiel a sí mismo. Los cuatro personajes, los cuatro relatos, engarzados de manera sutil, sublimados con el contrapunto de la naturaleza y la presencia de animales tan relevantes para quienes saben del budismo, desembocan en el pecado de la violencia. Son víctimas de un país en salvaje transformación, son los restos, los deshechos de ese comunismo-capitalista que sacrifica el mundo rural y santifica el poder del dinero. A través de ese periplo y de esos cuatro desheredados, Jia Zhang-ke culmina todo un singular proyecto que ahora puede verse como la crónica de los últimos veinte años en los que se despertó un monstruo.
Evidentemente a Zhang-ke no lo gusta lo que ve y por eso muestra desolación y rabia, impotencia y frustración. Al parecer, este retrato desesperado, sigue sin estrenarse en su propio país. No es de extrañar. En él habita el duelo. Un rito letal en el que se multiplican los paradigmas que hicieron de su cine algo reconocible y único. La música, los desplazamientos en moto, los desencuentros y el paisaje. Todo cien por cien chino. Y a su lado, cien por cien cine puro. Si se aplica el oído, hablan Rosselini y Antonioni, Hsiao-hsien y Kitano, pero sobre todo ese Bresson presente en él desde su origen. Un Bresson hiperbólico y sediento de justicia que recupera la sombra de Balthazar, a lomos de quienes heredarán la tierra: los animales.
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