Es probable que un sector del público, especialmente el que se mantiene opaco al uso de los ordenadores, crea que esta película no tiene ni pies ni cabeza. Que se trata de una extravagancia bizarra. Un galimatías hecho para embaucar a modernos. Lo curioso es que hace veinte años, la inmensa mayoría del público hubiera pensado eso mismo.

Hacia la mitad de Monuments men, cuando ya no hay esperanza alguna de que la película alce el vuelo, George Clooney, director y actor protagonista, hace decir a su personaje: “Además de guapo, también soy manitas”. De modo inconsciente, Clooney traspasa la ficción a la realidad para declarar así la naturaleza de su quinta película como director: una insulsa frivolidad.

La sombra de lo real, por más que aquí todo sea una exagerada caricatura, acompaña desde el comienzo a los ficticios personajes de El poder del dinero del oscuro director australiano de sangre croata e italiana, Robert Luketic. Los ecos de la verdad provienen del pulso sostenido en el mundo de la ingeniería informática por Bill Gates y Steve Jobs, o si se prefiere de la guerra comercial incruenta entre Apple y Microsoft.