Ser, saber, hacer… “be water, my friend”

Título Original: Yi dai zong shi Dirección:  Wong Kar-wai Guión:  Wong Kar-wai, Xu Haofeng y Zou Jingzhi Intérpretes: Tony Leung, Zhang Ziyi, Chen Chang , Qingxiang Wang, Tielong Shang y Jin Zhang Nacionalidad:  China, Hong Kong y USA. 2013  Duración: 130 minutos ESTRENO: Enero 2014
 
La última frase de este filme épico de estructura de sierra y relatos esquinados, tiene lugar cuando los créditos certifican su ocaso. Algunos espectadores con urgencia se la perderán irremediablemente porque se pronuncia cuando la historia ya ha concluido. La frase sale de los labios de Tony Leung, un actor que para Wong Kar-wai tiene mucho de alter ego. 
Por alguna inexplicable razón, las sinopsis que acompañan al filme afirman que desgrana la historia del maestro de Bruce Lee, Ip Man, cuando es indiscutible que Zhang Ziyi tiene mucho que decir en esta película cuyo guión parece haberse construido a mordiscos de arrebato y lirismo, como un puzzle poético que pide ser releído con emoción.
Mirando a cámara, o sea, interpelando al espectador, a nosotros, Ip Man (se) pregunta: «¿Cuál es tu estilo?”. La interrogación esconde una sutil trampa. Es una autopregunta que se hace el propio Wong Kar-wai quien dedica dos horas largas para evidenciar que su ética es la estética y que, en el fondo, lo que le interesa descansa en la forma. Dos horas para ratificarse en “su estilo”, ese que hace unos años lo convirtió en el cineasta de moda. 
Wong Kar-wai ha dedicado dos largos años para dar “estilo” a una obra que abrumó a su director de fotografía, Philippe Le Sourd. Y si el estilo se define por los estilemas, esos rasgos que confieren cierta unidad y que hermanan entre sí las obras de un cineasta, resulta obvio que el autor de Deseando amar (2000) es el mismo que firma The Grandmaster. De hecho, bajo la apariencia de un filme de artes marciales, Kar-wai da rienda suelta al universo que le caracteriza, al que tras títulos como Chungking Express (1994), Fallen Angels (1995) y Happy Together (1997) desembocaron en la que sigue siendo su mejor película, la citada Deseando amar. Posteriormente, Wong Kar-wai, volvió a contar lo que ya había contado en 2046 (2004) y en su aventura/desventura norteamericana, My Blueberry Nights (2007). Fue entonces cuando, al dar síntomas de desorientación y fatiga, rehizo un filme de espada y fantasía, Ashes of time (2008) a partir de lo que había hecho en 1994. La conclusión era que, en su mejor cine, el de la pasada década, Wong Kar-wai ya había dejado muy claro que en su universo, sus criaturas están condenadas a enamorarse de la persona equivocada. Sus romances rara vez se consuman y, si lo hacen, solo lo culminan de manera fugaz, insoportablemente efímera. Ahí brota su estilo. En eso y en su gusto por una música de armonías insistentes  que, como un mantra, repiten su hechizo hasta llevar en volandas al espectador a la par que la cámara, siempre en movimiento, siempre sin descansar, se mueve sinuosa, sensual, dolorosa y dolorida. 
El cine de Wong Kar-wai gira enfermizamente sobre la melancolía. Y en The Grandmaster, si alguien acude a ver al maestro de Bruce Lee, se llevará una sorpresa. Salvo una cita al final, de Lee no hay noticia. En todo caso, la hay del agua. Todo es agua y humo, fluídos en movimiento que conforman un bello jarrón chino que cuenta la historia del final de un imperio, la pesadilla de la invasión japonesa y la balsa de náufragos llamada Hong Kong donde, no por casualidad, nació el fenómeno del cine de artes marciales. Pero a Kar-wai no le interesa ni la verdad, ni el mito. Solo el vapor de la lluvia y los murmullos del misterio. En este caso, regado con frases de paradoja oriental. Sostenidas por un reparto masculino en el que brilla, vence y convence, una veterana Zhang Ziyi, convertida, como casi todas las heroínas de Wong Kar-wai, en el principal sentido de su película.
 
En la flor de la vida
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