Hace un par de meses, Martin Scorsese (Queens, 1942), cumplió 71 años. A comienzos de los años 70, cuando en medio mundo todavía se hablaba del mayo francés, dos años después de que Janis Joplin y Jimmy Hendrix dejasen sendos cadáveres de 27 años, Scorsese encabezó el grupo de los denominados “movie brats».

Sospechosamente a tiempo, con la precisión del enterrador, el mal augurio del buitre y la brillantez formal de un anuncio del perfume de moda, se estrena este biopic cuando siguen resonando los llantos por la muerte de Nelson Mandela. Es decir, cuando todavía permanecen en el aire solemnes declaraciones institucionales, confusiones de analfabeto y acciones incomprensibles como las del traductor de signos.

En el gesto inicial con el que los hermanos Merino abren su “documental” resulta imposible no pensar en El proyecto de la bruja de Blair y Grizzly Man. Como ellos, en Asier eta biok el espectador se enfrenta a las confesiones a cámara de su protagonista embarcado en una odisea imposible. Parecen documentales pero no lo son.