Road movie a la española

Título Original: VIVIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOS Dirección y guión:  David Trueba Intérpretes: Javier Cámara, Natalia de Molina, Francesc Colomer, Ramón Fontseré, Rogelio Fernández Díaz, Jorge Sanz y  Ariadna Gil Nacionalidad:  España.  2013 Duración: 109 minutos ESTRENO: Noviembre 2013

Trueba, David, practica un cine aparentemente disperso. Su filmografía se llena de naturalezas a priori contrapuestas. Un análisis más pormenorizado, demuestra que se trata más de tonos que de trasfondos. Incluso podría colegirse que su obra converge más homogénea que la de su hermano Fernando. Pero sin duda, de todas las intensidades que ha utilizado, la de la comedia con miga, la que se sirve de adolescentes como personajes principales y las que no ocultan una cierta complacencia por la nostalgia, son las que mejor le han salido. Vivir es fácil con los ojos cerrados corresponde a esa faceta. Combina la ligereza de un argumento de anécdota y frivolidad, con el armazón de diferentes salsas que se saben complejas. De recio sabor y obvias intenciones. 
Si le damos la vuelta al título, David Trueba viene a decir que, si se abren los ojos a la realidad, la realidad se atraganta y la vida se complica. La de los protagonistas de este filme parece en algún instante que puede despeñarse por el cortado de la tragedia pero… David Trueba evita el melodrama y el sobe emocional a golpe de ironía. Tres personajes componen esta road movie inspirada en la aventura de un profesor de inglés en la España del desarrollismo, la que emblematizaban primero Ozores, luego Landa. Una está embarazada y decide escapar de una residencia llena de Sor Marías bienintencionadas y mal orientadas dispuestas a traficar con bebés de madres sin maridos o sin nadie que les pague las facturas. El otro sale huyendo de un padre policía cuyo autoritarismo y actitud le asfixia. El tercero, el motor del viaje, es el citado profesor, un beatlemaníaco empeñado en aprovechar que Lennon rodaba en Almería para pedirle al genial compositor que pusiera los textos de las canciones en los discos de la época. En ese periplo, que en los momentos más convencionales evoca Cuéntame, y en los personales reivindica el ingenio del Trueba menos acomodaticio, saltan chispas divertidas, minutos de un cine comercial que no se avergüenza de su populismo y que aspira a recuperar a un tipo de espectador que, probablemente, ya no sepa ni cómo se entra en el cine. Ese público la verá en la tele, pero desde casa no se aprecia con tanto detalle el notable talento de Javier Cámara.
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