Bajo la sombra del eco de Ozu 
Título Original: TOKYO KAZOKU Dirección:  Yôji Yamada  Guión:  Yôji Yamada y Emiko Hiramatsu Intérpretes: Isao Hashizume, Kazuko Yoshiyuki, Satoshi Tsumabuki, Yû Aoi, Yui Natsukawa, Tomoko Nakajima    Nacionalidad:   Japón. 2013   Duración: 146 minutos ESTRENO: Noviembre 2013
 
Cuando se cumplen 60 años de Cuentos de Tokio, tal vez la más conocida de las obras maestras de Yasujiro Ozu, Yôji Yamada, un veterano director japonés nacido hace 82 años, vuelve su rostro a aquel momento. Un tiempo en el que, cuando tenía poco más de veinte años, vio un filme y supo que jamás podría superar aquel bello monumento. Yamada no ignora que la obra de Ozu es excelsa pero también presiente que, a estas alturas, puede permitirse el lujo que desee, incluso el de contar a su manera el vértigo de saber que el tiempo de uno ya ha pasado. 
Una familia de Tokio ha sido descrita como un homenaje a Cuentos de Tokio. Pero no nos equivoquemos, lo que Yamada y su coguionista hacen al repicar el entramado argumental del filme de Ozu, es un autohomenaje al atreverse a colocarse a su altura. Recordemos el argumento: Unos padres veteranos salen de su pueblo camino de Tokio para reencontrarse con sus hijos lo que les lleva a comprobar que ellos ya no los necesitan. Ozu dibujaba un adiós melancólico, un último cruce entre el viejo orden de los padres que ya periclita y el de los hijos que, paradójicamente, resultaba menos interesante. Tokio y la vida contemporánea, 1953 en el filme de Ozu, 2013 en la obra de Yamada, deviene en metáfora de la desorientación del tiempo presente. 
Hace unos años, otro buen cineasta japonés, Kore-eda, se adentró en estas mismas aguas con Still Walking. Pero Kore-eda mostró más respeto y comprensión hacia el maestro Ozu y menos fidelidad hacia su apología del tiempo-ética de los mayores frente al de sus hijos. Yamada no. Yamada que cuando vio la película de Ozu hace más de medio siglo, tenía la edad de los hijos, sabe ahora que es mayor incluso que los padres de su Familia de Tokio. Y se posiciona en la misma orilla. Por eso, frente a lo que ha hecho, hay dos maneras básicas de acercarse.
Una, ignorando el filme de Ozu. En ese caso, si se desconoce la obra originaria, la película de Yamada emerge emocionante, desbordante de exquisitos detalles para el recuerdo. Estamos ante un constructo férreamente ensamblado sobre las relaciones fraternas,el afecto y el deber. Así que, sin la sombra de Ozu, el trabajo de Yamada resulta aconsejable, emotivo, reconfortante y, en algunos pasajes, brillante y hasta rotundo. Las interpretaciones son solventes, la música de Joe Hisaishi conmueve y el viejo libreto de Ozu, aún sin su aliento, refleja tenuemente la complejidad de la vida. Y está Yamada, un director que tiene alto oficio y  que ha llegado a sus últimos años con la necesidad de volar por su cuenta.
Recordemos que durante un cuarto de siglo, Yamada dirigió 48 largometrajes de Tora-san, un personaje adorado por medio Japón que se pasaba todas las películas tratando de alcanzar un amor que, a la hora de la verdad, casi siempre se le desvanecía. Ya se sabe. Japón y su aprecio extremo por lo efímero, por el deber y el sacrificio; por la belleza fugaz de un cerezo cuya flor se marchita instantes después de haberse manifestado. Solo cuando murió el actor de Tora-sanYamada se sintió liberado para afrontar su personal andadura y tuvo un feliz arranque con la trilogía del Samurai. Y ahora, después de recibir en los últimos años más premios que en toda su vida, Yamada, por un instante, levanta el testigo de Ozu.
Pero si el espectador ya ha visto Cuentos de Tokio y, en consecuencia, debe escoger el segundo camino que le lleva a comparar, aquí no encontrará ese gesto apenas perceptible que separa un buen trabajo de una obra de arte. Entonces sabrá que la sombra de Ozu en blanco y negro brilla de manera más profunda que este colorista y complaciente esfuerzo por imitar lo inalcanzable.
 
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