En Caníbal, su director y coguionista, Martín Cuenca (con)forma un adagio sobre el derrumbe del bien. O, si se prefiere, sobre el privilegio del mal y su insensibilidad ante la culpa. Ese querer dar forma a este cuento de ignominia implica un giro de 180 grados. Entre el primer plano y el último, la cámara de Manuel Martín Cuenca deambula y se traslada de la víctima al verdugo. El filme se abre con un plano general para desvanecerse en negro ante el plano de un rostro.

A partir de un artículo publicado en una de esas revistas de “vanidad y mujeres”, Sofia Coppola (re)compone un retrato sobre el vacío y la estulticia. Entre Las vírgenes suicidas (1999) y estas “zorras -así se llaman entre ellas- ladronas” no consiguen alcanzar todas juntas más de media docena de neuronas.