Sin ojos, sin talento, sin nada

Título Original: PENTHOUSE NORTH Dirección:  Joseph Ruben  Guión: David Loughery Intérpretes:  Michelle Monaghan, Michael Keaton, Barry Sloane y Andrew Walker  Nacionalidad: EE.UU. 2013 Duración: 86 minutos ESTRENO: Septiembre 2013

Hay en el comportamiento del personaje que aquí interpreta sin carácter ni emoción Michelle Monaghan, una gratuidad alarmante. Y no es culpa suya, al menos no de manera absoluta. El título en español resulta explicativo sobre su contenido:  Atrapada en la oscuridad. Algo que nos remite sin duda algunos referentes inolvidables que han hecho de una mujer invidente, sometida al asedio de un criminal perverso, una situación arquetípica. No solo hablamos de Terror ciego (1971) de Richard Fleischer, un clásico ya de referencia obligada, sino de títulos dispares que van del Sola en la Penumbra (1994) de Michael Apted  a A solas contigo (1990) de Eduardo Campoy. El común denominador en todas ellas es que, incluso las más discutibles, resultan entretenidas y permiten a sus protagonistas una interpretación de lujo. Así lo hicieron Victoria Abril, Madeleine Stowe y sobre todo la Audrey Hepburn, la más frágil y abandonada de todas, en la seminal Sola en la oscuridad (1967) de Terence Young.
Joseph Ruben, un veterano realizador que en su haber presenta algunos títulos estimables, Asalto al tren del dinero, Durmiendo con su enemigo, El buen hijo,… se enfrenta a este filme de manera rutinaria, como quien se limita a calentar un plato precocinado. De nada sirve que el guionista se haya trabajado el origen de la ceguera del personaje.  Se nos muestra en la apertura del filme cómo Sara Taylor, nombre del personaje que interpreta Michelle Monaghan, pierde la vista por culpa de un atentado suicida en Afganistán. Aquí, en esos minutos de apertura, se esboza la promesa de una buena película que nunca llegaremos a ver. Sara recorre un campo de batalla, penetra en las sombras de un edificio, al fondo del mismo, una mujer embozada en una túnica negra se va acercando con un niño en los brazos. Los ojos de la reportera se mezclan con los ojos de la mujer y estos con los del niño que lleva en su regazo que resulta ser un muñeco. Luego, una explosión y la ceguera lo cambia todo. Pues bien, a partir de aquí, en el minuto cuatro, ya no hay rastro de la más mínima originalidad. Lo que acontece sabe mucho a trampa de guión, a juego de trileros. Y si además, la materia actoral tampoco luce, la nada lo barre todo.
 
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