El doctor y la víctima

Título Original: SIDE EFFECTS Dirección:  Steven Soderbergh   Guion: Scott Z. Burns  Intérpretes: Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta-Jones, Channing Tatum y Vinessa Shaw  Nacionalidad:  EE.UU. 2013 Duración: 106 minutos   ESTRENO: Abril 2013

Soderbergh, un cineasta que lleva años anunciando un retiro que por fortuna nunca llega, abre y cierra su filme, Efectos secundarios, con idéntico movimiento de cámara. En algún modo se parece mucho al gesto con el que se inaugura y clausura Elena, de Andrey Zvyagintsev. No sería la primera vez que el autor de Sexo, mentiras y cintas de vídeo mira hacia el norte de Europa.  Ahi quedó su digno acercamiento al Solaris de Tarkovski. Pero volvamos a Efectos secundarios. Ese plano del que hablamos consiste en esbozar una panorámica, una rúbrica a través de un edificio del que la cámara señala una ventana. Detrás de ella, en ambos casos, está la misma persona. Lo que cambia, es el conocimiento de los hechos y eso, conocer, o sea desvelar y mostrar, es lo que da sentido al hecho de hacer películas, al vicio del voyeur.
De lo dicho, ya se desprende que, Soderbergh, que ha cultivado géneros, formatos e historias de manera ecléctica, aquí se adentra en el terreno del suspense y el thriller. El filme se despierta con lo que parece un asesinato. Luego, la película hará un flash-back y sabremos que eso que hemos visto ocupa la zona intermedia, allí donde el filme cambiará de registro. Porque lo que la película contiene es un filme bicéfalo en el que se mezcla la denuncia de los abusos farmacológicos con una tupida red en donde las arañas parecen moscas y las moscas, hormigas carnívoras. 
Soderbergh pone en imágenes el guión de Scott Z. Burns, un guionista que, como Soderbergh, se mueve en el ala progresista del cine norteamericano. Autor del guión de El ultimátum de Bourne y productor de Una verdad incómoda, aquí ejerce de productor y de guionista y repite con Soderbergh, para quien escribió Contagio, su habilidad para forjar denuncias fabricando divertimentos. En consecuencia, Efectos secundarios se muestra engrasado y consigue lo imposible: acusar y entretener; pellizcar y masajear. Unir fuego y hielo solo es posible a golpe de talento y calidad. Esto implica un convincente nivel interpretativo, una dirección inteligente y un guión en el que haya buenas ideas y alto oficio. Lo hay y por eso se hace perdonar que nos muestre los colmillos de la industria farmacéutica para amagar sin pegar, para jugar sin jugarse nada.

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