Realismo ruso en un tiovivo posmoderno
Título Original: ANNA KARENINA Dirección: Joe Wright Guion: Tom Stoppard según la novela de León Tolstói Intérpretes: Keira Knightley, Jude Law, Aaron Johnson, Kelly Macdonald y Matthew Macfadyen Nacionalidad: Reino Unido. 2012  Duración: 130 minutos ESTRENO: Marzo 2013

Orgullo y prejuicio (2005), Expiación (2007), El solista (2009) y Hanna (2011) alumbran un camino de altibajos y requiebros que desemboca en esta Ana Karenina (2013). Con ella, su director, Joe Wright, alcanza ese punto de no retorno que suele embriagar a los autores que deciden jugársela. Jugársela a sí mismo y jugársela a los espectadores, porque lo que Wright hace con el texto de León Tolstói, lejos, muy lejos del aggiorgiamento asumido con la novela de Jane Austen, se sitúa en los límites de la disolución. Wright reinventa y traiciona el texto de partida, él no adapta a Tolstói él lo representa y lo transforma, cambiar todo para palpar lo esencial.
Reubiquemos el origen de Ana Karenina. Escrita en 1877, la novela gira en torno a dos personajes;  la citada Ana y el terrateniente Lyovin; un filósofo de buenos sentimientos y mejores actitudes en cuyos pliegues psicológicos el propio Tolstói vertió sustancias de sí mismo. Con ellos, unidos por un punto tangencial toda vez que la amada de Lyovin lo es a partir de ser rechazada por el hombre que provoca el adulterio y la desdicha de Ana, la novela, de múltiples perfiles y aguas profundas, moraliza sobre el buen juicio del corazón y la razón siempre en peligro de zozobrar ante el enigma del amor, la pulsión y la emoción.
Con esta obra, el también autor de Guerra y paz, se convirtió en uno de los pilares del realismo literario de finales del XIX, además de ser una figura de referencia para el pensamiento libertario. Así que no es extraño que un cineasta como Wright, que durante años estudió teatro y que tanta querencia muestra por personajes singulares (todas sus películas por diferentes que parezcan, crecen sobre la fascinación de personalidades heterodoxas), escogiese a la heroína rusa como hilo conductor de un experimento formal.
Wright aborda la titánica tarea de penetrar en la novela de Tolstói echando mano de su propio origen; la escena teatral. Pervierte el juego de verosimilitud que adorna la prosa de Tolstói  para recurrir al artificio evidente. Un teatro del XIX provisto del poder virtual de la tecnología del siglo XXI. Un carrusel emocional que, a cada vuelta, transforma la percepción de lo que se ve. Un escenario convertido en salón de baile, en pista de hielo, en hipódromo de ensueño, campo de Monet y estación de ferrocarril.
Wright concibe su película arañando el tiempo en el que la obra literaria fue concebida; el tiempo del alba de una revolución de vapor y luz. Wright engarza en esta película los dos tiempos, el que conoció Tolstói  y el que vivimos nosotros. Y se sirve del cine, aquel cine que el amigo de Tolstói, el también escritor Máximo Gorki, percibió como tren de sombras. Y un tren, definitivo en la novela y definitivo en la película, preside esta versión. Tren que desafía la escala, tren de juguete, tren de realidad, tren que promete cambio y libertad y que transporta muerte, angustia y fatalidad.O sea, que mueve la vida, como un tiovivo, Que concibe el teatro, como un altar de representación de la hipocresía social. ¿Qué queda de la intención de Tolstói  en la cinta de Wright? Depende de lo que cada lector-espectador conozca, interprete, compare y sienta.
En cuanto película, Wright hace de Ana Karenina/Keira Knightley, una prolongación del universo de Max Ophüls. Su Karenina entiende, respira y agoniza como las heroínas de Madame de… y Lola Montes. En su traslación de Tolstói  al presente, Wright  también se pertrecha en el universo Ophüls y asume una herencia descomunal. El precio de tanto manierismo se ceba en la desafección de los personajes, no hay vibración que conecte con ellos. Todo es artificio. Emoción helada y digitalización extrema  llena de riesgo, de belleza y de dudas.
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