Cuarentones desnortados


Dirección: Cesc Gay  Guión: Cesc Gay y Tomás Araguay  Intérpretes:  Ricardo Darín, Luis Tosar, Javier Cámara, Eduard Fernández, Eduardo Noriega, Alberto San Juan, Jordi Mollà, Candela Peña,  y Leonor Watling Nacionalidad: España. 2012   Duración: 95 minutos.

En un momento del filme se escucha la expresión que da título al último largometraje de Cesc Gay: Una pistola en cada mano. Con ello se quiere significar la predisposición masculina al sexo, una actitud activa (e infiel) por la que, la mujer que pronuncia esa expresión en la película, parece determinar que los hombres son esclavos de la pulsión sexual de lo que tienen entre las piernas. El tema, propio de programas televisivos que se emiten a partir de las 24.00 horas, no da para un debate en este filme. Especialmente porque la colección de pistolas que aquí se dan cita, trasmiten la sensación de que han sido cargadas con pólvora mojada. Mojada por las abundantes lágrimas que unos y otros derraman. ¡Cuánto se llora en esta película! Y es que lo que Cesc reúne en este filme no es sino una colección de hombres al borde de un ataque de pánico. Son cuarentones en crisis, cornudos y apaleados, torpes y desorientados, heterosexuales a los que Cesc y su guionista retratan con un coeficiente de inteligencia muy inferior al de sus esposas y ex-compañeras.  
Concebida como una suerte de comedia coral, una cartografía de hombres en la Barcelona de la actualidad, Una pistola en cada mano reúne una soberbia selección de los mejores actores españoles que nacieron en los 70. Son los niños de la democracia. Nacieron en un momento de cambio y ahora, cuando ya han entrado en la edad madura, dan síntomas de una extrema debilidad. Al menos, así los reflejan Cesc Gay y Tomás Araguay. Podría ser interesante cruzar estos personajes con los que Gerardo Herrero recreó en la que es una de sus mejores películas,  Las razones de mis amigos. Dos generaciones en derribo, dos ruinas al sol. Es la tradición de la crónica ibérica. Consiste en retratar a los cercanos al borde de lo peripatético. Mitad caricatura, mitad lamento existencial. ¿En medio?: un vacío. Al final, la nada. Una nada que Cesc Gay dibuja con precisión. Se mueve bien con la palabra, sabe del teatro y se refugia en la solvencia actoral. En la línea firmemente asentada desde el tiempo de En la ciudad (2003), Gay practica un cine ameno, con diálogos chispeantes y personajes tan cotidianos como insustanciales.
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