Donde sueñan las limusinas


Dirección: David Cronenberg   Guión: David Cronenberg; basado en la novela de Don DeLillo Intérpretes: Robert Pattinson, Sarah Gadon, Paul Giamatti, Kevin Durand, Juliette Binoche, Jay Baruchel y Mathieu Amalric  Nacionalidad: Canadá y Francia. 2012   Duración:  107 minutos


Parafraseando al Werner Herzog de Donde sueñan las verdes hormigas (1984), Cronenberg podría haber titulado esta película Donde sueñan las blancas limusinas. En aquel extraño e ignorado filme, Herzog hablaba del peligro del apocalipsis a través de los temores de los aborígenes australianos. Enfrentados a una empresa minera empeñada en arrancar el uranio de sus tierras, sostenían los nativos que allí, en el suelo de sus antepasados, dormían unas feroces hormigas que, si salían de su sueño, devorarían la tierra. De este modo Herzog subrayaba cómo la leyenda puede deriva en metáfora profética. Eran los años 80 y el hombre preveía una catástrofe atómica. En 2012, el fin del mundo adquiere las formas del fin del sistema capitalista y Cronenberg, a partir de la novela de DeLillo, lo cuenta a su manera.   

A su manera significa que en Cosmopolis nos enfrentamos a un Cronenberg fiel a sus estilemas. Una vez más el visionario de la nueva carne, muestra un proceso de descomposición, un periplo hacia la podredumbre. Así, su principal protagonista, Erick Parker (excelente Robert Pattinson), se metamorfosea en un espectro de sí mismo. Es un millonario inapetente y hastiado que recorre Nueva York a bordo de su limusina. En ese búnker acolchado, recibe a sus asesores, a sus amantes y a sus guardaespaldas. Información, sexo y miedo en un ritual que hunde sus raices en el Beckett de Esperando a Godot y que guarda alguna simetría con el Turin Horse de Bela Tarr. Aquí como allí, todo se resuelve en espacios íntimos, en juegos de diálogos testamentarios, en situaciones absurdas de hondo extrañamiento y solemne retórica. El desastre financiero muerde al mundo. En la calle los manifestantes escogen la rata como símbolo del presente. En ese largo día, día que el presidente visita la ciudad y que una gran estrella va camino del cementerio, el protagonista de Crepúsculo, perversa y acertada elección de Cronenberg, se hunde  en un lamento triste. Bañado con el mismo dolor desesperado que hizo brotar  las últimas lágrimas de Nietzsche, Cosmopolis enuncia un epitafio por el hombre y su avaricia. Un réquiem por un modelo que hizo de las limusinas el emblema de un sistema que camina hacia su extinción, dispuesto a acabar con todo. 
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