Cortés y Hallström, dos convidados de piedra

Dos deshilvanados thrillers de tono muy diferente, aunque ambos erráticos, ¡Atraco!, del español Eduard Cortés y Hypnotisörendel sueco Lasse Hallström cerraron ayer con más pena que gloria la lista de aspirantes a la Concha de Oro. En ella se mide la verdadera dimensión del tamaño de un festival que, este año, con su fulgurante comienzo, nos hizo creer que la sección oficial de esta sexagésima edición sería mucho mejor de lo que finalmente ha sido.
Hoy la atención volverá a recaer en el palmarés, en el acierto o desacierto del jurado, en la lucha entre la tradición de premiar lo inesperado e inmerecido, o hacer caso al sentido común y reconocer aquello que realmente es digno de levantar un premio que se presupone prestigiado y prestigioso. En el capítulo de las conjeturas, en una edición con un nivel en la citada sección oficial ligeramente superior a otros años en su zona media pero sin piezas deslumbrantes en su interior, se repiten los nombres. Unanimidad en reconocer a Ozon, su ágil ensayo sobre el arte de narrar. Su filme ha sido levantado sobre un argumento de sólido hierro, está dirigido con lucidez y cuenta con un excelente reparto que lo hacen aparecer como esa película llamada a ser la referencia de este año. A su lado, con méritos indiscutibles, una Blancanievesiconoclasta y llena de pasión se sabe merecedora de estar en la lista de los premiados. También Costa-Gravas y su pellizco mordaz sobre El capital en el siglo XXI o incluso un Cantet sorprendente y desubicado en su aventura norteamericana ofrecen asideros para que el jurado haga un buen papel. Hay alguna otra película de factura irregular y grietas en su interior que por la fuerza del reparto o el brillo del historial de su realizador podrían aparecer en el último momento. Y hay algunas que de hacerlo, la decisión solo podría calificarse de disparatada. Por ejemplo, los dos filmes con los que ayer se cerró la competición. 
Las joyas de Evita
Con Eduard Cortés resulta difícil prever los resultados. Con los productores de ¡Atraco! No hay ninguna duda. Lo que resulta un enigma es la inclusión de esta película española, la cuarta, a concurso, en un festival como el Zinemaldia.
¡Atraco! no oculta su corazón de cine comercial, su alma de cine de barrio. Conceptualmente en su lenguaje cinematográfico si se le compara –al margen de aciertos y desaciertos de su contenido- con el filme de Javier Rebollo, se colige que entre ellos hay medio siglo de distancia. Provoca estupor y desconcierto pensar que han sido seleccionadas por el mismo equipo programador.
La historia de una operación político-financiera para facilitar el traslado de Perón a la España de Francoutilizando las joyas de Eva como fuente de patrocinio, da lugar a un vodevil policíaco, cuya atmósfera y tonalidad se acerca a la serie de televisión Hermanos y detectives aunque en sus últimos minutos asuma un carácter mucho más serio y trágico.
Concebida como una comedia bufa que pretende mostrar las miserias del franquismo y las penalidades del peronismo, es decir Argentina y España unidas por un destino fatal que lo sufren sus ciudadanos, Eduard Cortés resuelve el trabajo con oficio pero sin pasión, con eficacia pero sin singularidad, con humor pero sin profundidad. Si el filme de Castellitto resultaba difícil de encajar en esta edición, el de Cortés roza el absurdo y proyecta sombras innecesarias a una sección oficial que podría (y debería) prescindir de títulos como estos dos citados.
Psicópatas en Estocolmo
 Han pasado más cinco lustros desde que Lasse Hallström fuera candidato a dos Oscar, mejor guión adaptado y mejor dirección,  por su excelente trabajo en Mi vida como un perro (1985), un hermoso y luminoso filme recomendado para los más jóvenes espectadores y convertido hoy en un clásico absoluto. Hallström, que en 1977 inmortalizó la vida del grupo ABBA, ha seguido un camino lleno de altibajos. En su haber hay películas defendibles, buenas y regulares; de éxito y casi sin él, pero nunca se le había visto al frente de una película tan convencionalmente aburrida y previsible como Hypnotisören.
El autor de filmes como ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), Las normas de la casa de la sidra(1999), Chocolat (2000) y La pesca del salmón en Yemen (2011) resulta aquí irreconocible al frente de una cinta noir que arranca con energía. Su guión se asoma al horror de un asesinato múltiple para plantear un conflicto policial a dos bandas en el que un policía y un hipnotizador comparten fuerzas y talento, al tiempo que se nos muestran sus conflictos domésticos.
Tras hacerse con un hueco importante en el núcleo fundamental de la industria cinematográfica de Los Angeles, cabría preguntarse ¿qué buscaba hacer en su regreso a su ciudad natal dirigiendo una película tan insípida y desestructurada como ésta?
Sin saber qué respuesta puede dar, queda constatar que su película despega con poderío, muestra con belleza un Estocolmo congelado dos días antes de la Nochebuena, y promete una trama compleja. Puro espejismo, porque todo eso acaba alimentando un catálogo de obviedades y recursos en los que no debería incurrir ningún estudiante de cine.
A Donostia llegó el peor Hallström posible y se le concedió el privilegio de cerrar una sección oficial que por fortuna este año ha tenido mejores citas que la que nos depara su convencional telefilme. Si la película de Cortés nos retrotrae a las comedias de Antena 3, la de Hallström nos lleva a las fauces del peor cine de acción de Telecinco. Lo que también nos obliga a leer entre líneas qué es lo que parece nublar el Zinemaldia: una desasosegada pretensión por abarcarlo todo.
Ha habido días en los que en la parrilla de la programación se daban cita hasta 18 secciones distintas. Alguna de ellas absolutamente prescindible. Esa atomización, discutible en cualquier caso, provoca la caótica sensación de que hay demasiados frentes abiertos, muchas voces distintas y sin jerarquizar como para poder convocar una imagen sólida y coherente. Pero de eso hablaremos mañana mismo, cuando nos enfrentemos al resultado del palmarés.
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