Tiempo de miseria
Título Original: MIEL DE NARANJAS Dirección:  Imanol Uribe Guión: Remedios Crespo  Intérpretes: Blanca Suárez, Iban Garate, Karra Elejalde, Ángela Molina, Bárbara Lennie, Eduard Fernández  y Fernando Soto Nacionalidad: España y Portugal. 2012  Duración:  101 minutos ESTRENO: Junio 2012
Ahora tal vez casi nadie recuerde que una de las claves del éxito de La muerte de Mikel (1984), filme que consolidó como cabeza visible del entonces denominado (Nuevo) Cine Vasco a Imanol Uribe, residía en una turbia ambigüedad; en un no cerrar explícitamente el final, en dejar que algunos interrogantes continuasen en la cabeza del espectador tiempo después de haber abandonado la sala. La otra gran virtud del cine de Uribe alcanzó su plenitud en su segundo largometraje, La fuga de Segovia, (1981), aquello más que una película fue experiencia personal donde, en medio de los titubeos de una producción más voluntarista que profesional, emergía la electrizante fuerza emocionante y emocional de quien se roza con lo que narra.
Miel de naranjas, película montada sobre el texto de una novela ganadora del premio SGAE, nada sabe ni nada tiene de esas dos virtudes que mostró el Uribe de los 80. Poca sutileza hay en esa radiografía a una estructura militar todavía sedienta de sangre en la España de los 50, con un franquismo a punto de ser admitido en el club del desarrollo pese a sostenerse en un sistema antidemocrático y con las manos manchadas de ignominia.
Han pasado 60 años de los hechos que narra el filme, un tiempo que Uribe digiere desde una distancia gélida. El filme se abre con un fusilamiento y Uribe, que hacía crujir el alma con los cánticos recios de un grupo de presos soñando con la fuga, filma las ejecuciones con una parsimonia que hiela las retinas. Tampoco hay rastro de sutileza alguna, sus personajes no ofrecen recovecos en donde se abisme la contradictoria naturaleza humana. Al contrario. Todo se desenvuelve en clave de folletín, con la arruga sin ocultar del disfraz con olor a naftalina.  En Miel de naranjas, Uribe escoge en camino opuesto al que Benito Zambrano recorrió en La voz dormida. No tanto en lo que a sus simpatías ideológicas respecta, ambos saben dónde están y en ese estar no se traicionan, pero allí donde Zambrano se rompía la camisa, Uribe ni siquiera se despeina. Quizá el referente más cercano sea Silencio roto de Armendáriz. Como allí, los actores veteranos (Elejalde, Fernández,…) sostienen, interesan e inquietan. A su lado, los jóvenes poco o nada aportan, pero ocupan la portada.
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