Parejas (inter)cambiadas 
Título Original: FOUR LOVERS Dirección:  Antony Cordier Guión: Antony Cordier y Julie Peyr   Intérpretes: Marina Foïs, Élodie Bouchez, Roschdy Zem, Nicolas Duvauchelle, Jean-François Stévenin, Alexia Stresi  y  Geneviéve Mnich Nacionalidad: Francia. 2010   Duración:  103 minutos ESTRENO: Junio 2012
 
Hablar del sexo, como mostrarlo, con frecuencia desemboca en una monotonía (pre)visible y (des)gastada. Le ocurrió, por ejemplo, a un cineasta tan versátil y con tantos recursos como Michael Winterbottom cuando hizo 9 Canciones (2004). Y le pasa a Antony Cordier, cuya película, Four Lovers no traspasa la epidermis de sus protagonistas. Entre ellos está una Élodie Bouchez que parece renacer al tiempo de La vida soñada de los ángeles (1998). No sólo por su frescura sino porque su personaje se acerca más por su ingenuidad al de aquella adolescente que al de la madre, ex-campeona olímpica, que aquí debe representar.
Resulta tan incuestionable que Cordier ha sido víctima de la superficialidad como que Four Lovers podía haber pulsado cuerdas más graves y tonos más sugerentes de haber habido un guionista dispuesto a sumergirse en las aguas del deseo, el placer y el amor que aquí se arremolinan. Escrita con simetrías arquetípicas, los cuatro amantes de este filme que comparten caricias y reglas, son perfilados con vaselinas y concordancias. Todo arranca cuando una diseñadora de joyas recibe la visita del encargado de diseñar la web de su empresa. Un encuentro profesional que dará paso a una cena con sus respectivas parejas en la que se desatará inesperadamente una situación de juegos eróticos e intercambio de parejas.
La obra testamentaria de Kubrick, Eyes Wide Shut (1999), giraba en torno al deseo y la (in)fidelidad, y en Lunas de hiel (1992) Roman Polanski planteaba un perverso juego de seducción y engaños. Cordier no se embarca en empresas tan arriesgadas. Lo suyo acaba desembocando más en un guiño a David Hamilton, la escena de la harina, que a un ejercicio de introspección sobre las cuestiones que roza. La naturaleza monógama del ser humano, el azar, los celos, la posesión, los goces sexuales y los laberintos eróticos articulan un discurso empobrecido por el maniqueísmo de los protagonistas y la escasa pegada de su narrador. Hay detalles con cierta intencionalidad y algunos momentos en los que parece alumbrarse más de lo que al final aporta esta película blanda y autocomplaciente que hace del discreto encanto de la burguesía un juego de pubertad.
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