Relatos blandos, tiempos duros
Título Original: THE HUNGER GAMES Dirección:  Gary Ross Guion: Suzanne Collins,  Billy Ray y Gary Ross según la novela de Suzanne Collins  Intérpretes: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Liam Hemsworth, Elizabeth Banks, Woody Harrelson, Wes Bentley y Donald Sutherland Nacionalidad: USA. 2012 Duración: 142 minutos ESTRENO: Abril 2012
A falta de cine, y en Los juegos del hambre apenas lo hay, nos queda la sociología. Comencemos por una pregunta: ¿Por qué un filme tan previsible, convencional y escasamente emocionante como éste, se ha convertido en un fenómeno de taquilla? A la vista de la recaudación mundial estamos ante el nuevo Crespúsculo de una nueva generación. Sus fans son los hermanos menores de quienes trepidaron con la saga Eclipse. A ellos les ocupa permanecer arrobados ante un relato que ni siquiera disimula que vive del préstamo y la rapiña. Tan insustancial como la saga vampírica citada, un sucedáneo monjil que llevaría a Bram Stoker a maldecir a su Drácula; Los juegos del hambre podrían estremecer al Fukasaku de Battle Royal y llenar de vergüenza a los más bizarros visionarios que cultivaron el cine distópico de los años 70.
Lo que allí rezumaba ácido y osadía, lo que en el citado Fukasaku se armaba de ironía y canalla incorrección, en Gary Ross, un narrador melifluo, apenas alcanza la inspiración de un mal telefilme.
Intrínsecamente falsa, los habitantes de ese futuro de hambre azotado por la pobreza, ¿una premonición visionaria de los tiempos que vienen?, están representados por actores sobrealimentados, saludables e incluso gordos. Nadie diría que vienen a ser los hijos de las nuevas uvas de la ira del siglo XXI. Gary Ross no oculta que sus actores saben del método del Gymm Studio aprendido a golpe de spinning, aerobic y pesas.
Mal comienzo para una farsa llena de tópicos, por más que parezca renegar de los mismos. La joven mujer, heroína del relato, encarna la destreza; sus dos amores masculinos, son pura fuerza y todo mansedumbre. El resto, un universo en el que se mezcla la estética del péplum con la lucha de clases. Una indigestión de iconos que (con)funde Romeo y Julieta con Espartaco. Mitos, iconos y leyendas… todo se mete en el puchero de Gary RossPleasantville (1998) y Seabiscuit (2003)-, para dar sabor a un cocido con secuencias inenarrables que el irregular Ridley Scott jamás hubiera aprobado. Pero da igual. La historia trafica con un nuevo concepto del género en el que ellas y ellos se identifican suspirando con relatos blandos en un gesto estéril para eludir los duros tiempos que llegan.
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