Espías a ritmo de pasodoble
Título Original: THE COLD LIGHT OF DAY Dirección: Mabrouk El Mechri Guión: Scott Wiper y John Petro Intérpretes: Henry Cavill, Sigourney Weaver, Bruce Willis, Verónica Echegui, Jim Piddock, Caroline Goodall y Rafi Gavron Nacionalidad: EE.UU. España. 2012 Duración: 93 minutos ESTRENO: Abril 2012
Si se atiende a su reparto, Bruce Willis y Sigourney Weaver, se diría que, en cuanto producto industrial, La fría luz del día sigue las mismas directrices que Luces rojas del cineasta español Rodrigo Cortés. Es más, casi podríamos establecer entre ambas un esotérico juego de reflejos y cruces. Aquí como allí, se trata de jóvenes cineastas extranjeros firmando productos de sabor y barnices norteamericanos, ruedan en inglés y cuentan con ilustres veteranos del star system de lo que queda del Hollywood contemporáneo. De hecho, ambos comparten a la valerosa Ripley de Alien y, mientras Luces rojas se servía de Robert de Niro, La fría luz del día echa mano del no menos ¿prestigiado? Bruce Willis. Aquí como allí ambos profesionales juegan un papel secundario (la edad no perdona), por lo que se hace obvio que su presencia sirve de reclamo para la taquilla yanqui; son pues, puro pretexto.
Aquí acaban las semejanzas. Porque mientras que Luces rojas jugaba a fondo todas sus bazas como filme personal con vocación de mainstream en donde no había secuencia sin interés ni plano sin voluntad de estar bien compuesto, aquí, bajo las manos de El Mechri, todo es convencional.
Su arranque rememora lejanamente el Frenético (1988) de Polanski. Ambas amanecen con una desaparición. La esposa del protagonista del filme de Polanski se desvanecía en un hotel en el corazón de París. En la película de El Mechri los padres, el hermano y la cuñada del protagonista son arrancados de un barco en las costas de Alicante. Lo que en Polanski daba pie a una metamorfosis post-Hitchcock, aquí se parece a un clon de Bourne sin un buen MacGuffin capaz de sostener el verosímil.
En todo caso, La fría luz del día aguanta su primer asalto. Justo allí donde nace el misterio, durante los escasos minutos en los que el principal protagonista no sabe qué ha pasado ni porqué. Luego, cuando las cartas comienzan a mostrar su previsible jugada, con la presencia de una Verónica Echegui que nada puede hacer por detener tanto despropósito, el realizador de la osada JCVD (2008) es pasto de los compromisos. Si el cineasta francés de origen tunecino conseguía de Van Damme una jugosa “metaparodia”, aquí ni Willis ni Weaver le dan otra cosa que un pálido reflejo de lo que son.
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