La princesa y la copia
Título Original: MY WEEK WITH MARILYN Dirección: Simon Curtis Guión: Adrian Hodges; basado en los libros de Colin Clark Intérpretes: Michelle Williams, Kenneth Branagh, Eddie Redmayne, Judi Dench, Emma Watson y Dominic Cooper Nacionalidad: EE.UU. y Gran Bretaña. 2011 Duración: 99 minutos ESTRENO: Marzo 2012
La primera aparición de Michelle Williams convertida en Marilyn Monroe deja claras las cosas. Lo que vendrá a continuación se arrastrará por el polvo de la copia, será carne de artificio e hija del sucedáneo. Imitar a Marilyn, repetir sus gestos, sus mohines, sus jaquecas y sus desnudos, por más que Michelle Williams posea un notable atractivo físico, está condenado al fracaso. Hace cinco años, Todd Haynes levantaba un arriesgado experimento en I’m Not There. Se trataba de recrear la figura y obra de Bob Dylan, y Haynes no dudó en fragmentar en un heptaedro actoral las diferentes facetas del cantautor. El rostro de Dylan fue asumido por siete intérpretes, entre ellos, un niño negro, Carl Franklin, y una mujer, Cate Blanchett, además de Heath Ledger, Christian Bale y Richard Gere, entre otros. El resultado, un poderoso y fascinante ensayo sobre la obra, el genio y la figura de Dylan. Aquí, en Mi semana con Marilyn, Simon Curtis ha escogido el camino del espejo, de la imitación: forzar al intérprete a parecerse físicamente al personaje encarnado. Y ciertamente Michelle Williams no lo hace mal. De hecho, le disputó a la mismísima Meryl Streep el Oscar de este año.
Pero como acontecía en la discreta incursión en la biografía de Thatcher, en este “finde” alrededor de Marilyn, todo se reduce a un baile de disfraces y al extrañamiento de percibir que algo traiciona la esencia de las cosas narradas y/o mostradas. Inspirada en la experiencia de Colin Clark, un escritor que en su juventud protagonizó los hechos que se narran en el filme acontecidos durante el rodaje de El príncipe y la corista, Mi semana con Marilyn se contagia del extraño tono burlesco que poseía la película. A medio camino entre lo guiñolesco, en especial por el forzado tratamiento que Kenneth Branagh de Laurence Olivier, y una comedia iniciática del despertar sexual a la vida afectiva, el filme no esconde su simpatía por la actriz. Así la exculpa de sus caprichos y la convierte en víctima de los especuladores que la rodean. Es un filme arrebatado por un carisma que, y aquí salta la paradoja, nunca se convoca del todo porque en ese lugar donde debía fluir el carisma de Marilyn, o sea la princesa de este cuento, sólo surge el esfuerzo congelado de la actriz que la imita.
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