Duelo parapsicológico entre la verdad y la superchería

Título Original: RED LIGHTS Dirección y guión: Rodrigo Cortés Intérpretes:Cillian Murphy, Sigourney Weaver, Robert De Niro, Elizabeth Olsen, Leonardo Sbaraglia, Toby Jones y Joely Richardson Nacionalidad: España, EE.UU 2012 Duración: 119 minutos ESTRENO: Marzo 2012

En tres (a)saltos, Rodrigo Cortés ha pasado de pergeñar un filme malentendido pero bien armado, Concursante (2007); -un bienintencionado pellizco a la ambición del sistema consumista justo meses antes de que el capitalismo bursátil entrara en crisis-; a dirigir a Robert de Niro, Sigourney Weaver y Cillian Murphy. Para ello, Cortés se ha alejado radicalmente de los centros de poder de la industria del cine español. Se diría que su cine nada tiene que ver con la etiqueta que premia el Goya. Pero con Rodrigo Cortés nada es lo que se ve a primera vista. Lo que resulta incuestionable es que estamos ante un cineasta inteligente, un pura sangre del arte del relato y la seducción narrativa. Pocos vieron su primer largometraje, muchos aplaudieron su segundo, Buried (2010), y muchos más verán este Luces rojas aunque, en este caso, los riesgos corridos por su argumento marcarán una interesante división de opiniones.
Luces rojas puede leerse como un díptico sobre ese creer o no creer en fuerzas parapsicológicas. Un duelo entre la razón y la superstición; entre la lógica y el delirio; entre lo que se toca y lo que se siente, aunque no se vea. Con formato de género, sin ocultar su deuda con los últimos giros del cine fantástico acuñado por autores como M. Night Shyamalan, Cortés, que empezó con una comedia, siguió con un drama bélico y ahora se adentra en el terreno del horror psicológico y los efectos paranormales, permanece fiel a su cuaderno de bitácora. ¿Cuál? Subvertir los géneros que en apariencia ocupan su interés para, bajo un disfraz argumental, alimentar otra cosa.
En principio Luces rojas arranca con la cruzada contra la manipulación de tanta superchería social. Posesiones diabólicas, casas encantadas, videntes maléficos,… son el objeto del interés y de la lucha de dos investigadores, Margaret Matheson y su joven ayudante, Tom Buckley. Margaret y Tom recorren la cartografía de lo paranormal desmontando cuentos, resquebrajando timos. Son cruzados de una buena causa, evitar el engaño, desenmascarar a vividores e instaurar la razón y la lógica como medida de análisis para enfrentarse a la vida. Cortés dedica su primera parte a mostrar sus métodos, sus fuerzas y sus flaquezas.
Por su conclusión, el guión de Cortés no podrá evitar que muchos espectadores vean allí la sombra de Shyamalan. Pero en sus aguas subterráneas, en su naturaleza nuclear, lo que Cortés hace se debe al acervo fílmico de Jacques Tourneur, un maestro que cultivó con brillantez tanto la fantasía como el cine polar, el melodrama y el western. De hecho, el esquema argumental de Luces rojas adquiere el tono crepuscular del western en los años en los que John Ford había ensombrecido su mirada y tras él venían nuevos y desencantados aires provocados por Anthony Mann, Nicholas Ray, Fred Zinnemann y compañía. Si se observa bien, Luces rojas es la historia de una reparación, de una venganza, la que deberá afrontar el personaje de Murphy contra el que Robert de Niro representa. Tom sabe que al final le aguarda el único hombre que doblegó a su mentora (y madre simbólica) al atravesarle con el terror de la existencia del más allá. Luces rojas es la historia de una venganza, el proceso de un enfrentamiento entre la verdad y la mentira, entre lo real y lo increíble.
Y aunque Cortés no puede, ni posiblemente quiere, evitar el peaje de hacer un filme con tanta luminaria sin perder de vista al gran público, y aunque en su desenlace el filme ceda y conceda facilidades al público más convencional, en su periplo demuestra que Cortés es uno de los mejores cineastas españoles de la actualidad y que en Luces rojas habita una poderosa idea argumental resuelta con solvencia.
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