La búsqueda del alma

Título Original: FAUST Dirección: Alexander Sokurov Guión: Alexander Sokurov y Marina Koreneva según la obra de Yuri Arabov Intérpretes: Johannes Zeiler, Anton Adasinski, Isolda Dychauk, Georg Friedrich, Hanna Schygulla y Florian Brückner Nacionalidad: Rusia. 2011 Duración: 141 minutos ESTRENO: Marzo 2012

No es gratuito que Sokurov arranque su filme ante la genitalidad inerte de un cadáver masculino. Fausto lo disecciona. Ansía saber el origen de la existencia y, ante ese amasijo de entrañas sin vida, (se) pregunta por el escondrijo del alma. Como de ella no halla rastro, desconfía de dios sin saber que el diablo le espera. Lo que luego Sokurov mostrará interpretando a su manera a Goethe, no será sino esa siniestra partida, un pulso entre el hombre y su temor al vacío. Por eso mismo, al final, en los últimos metros, tras un periplo dantesco trufado por un horror primitivo hecho de excesos donde se proyectan los fantasmas de El Bosco, las sombras de Goya, la cara oculta de Murnau y el dolor de Bergman, su Fausto volverá a cuestionarse por el misterio del amor ante la vulva de Margarita. Es un plano que, indefectiblemente, evoca al Courbet de El origen del mundo y con ello, la voluntad enciclopedista de esta densa película.
Este Sokurov se aleja de Tarkovski. Su cámara nunca reposa. Su naturaleza se agita, sus espacios se retuercen y sus personajes se devoran. Noventa años después de que Murnau convirtiera la obra de Goethe en una película vibrante, musical y optimista, Sokurov, partiendo de ese texto fundante de nuestra cultura, llega a las fauces de la desesperación. Por eso su doctor carece de antídoto para conjurar el apocalipsis; no hay piedad para comprender el dolor humano, ni arrepentimiento para salvar su alma. El amor y la belleza de Margarita devienen en pretextos siniestros donde incluso la simetría de porcelana de la extraña Isolda Dychauk que la encarna, se zambulle en lo inquietante, en lo que amenaza. Este Fausto incapaz para el amor que, al decir de todos, cierra una tetralogía dedicada al poder, está muy lejos de la serenidad de los habitantes de Madre e hijo. En su lugar, el camino escogido por Sokurov se inclina por el artificio puesto de relieve en El arca rusa. Así que todo en Fausto se impregna del valor de lo coreográfico y el rito; todo en su estética nos devuelve a las aguas desesperadas en las que bebieron la literatura de Kafka y el teatro de Tadeusz Kantor. Y aunque son rigurosas sus intenciones y sus referencias, al final de ese largo via crucis que zarandea a su Fausto, uno tiene la certeza de que tampoco en él habita alma alguna.
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