Amor de cine, amor eterno
Título Original: THE ARTIST Dirección y guión: Michel Hazanavicius Intérpretes: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman. Producción: Thomas Langmann y Emmanuel Montamat Nacionalidad: Francia. 2011 Duración: 100 minutos ESTRENO: Diciembre 2011

Cuando The Artist comenzó su periplo triunfal de festival en festival en medio de aplausos, suspiros y entusiasmos, los amantes de lo exclusivo idearon una maledicencia para contrarrestar su éxito. The Artist, afirmaban, es la película muda que gusta a quien jamás iría a ver una auténtica película silente. Es, añadían, una prueba más del gusto contemporáneo por el “sin”, o si lo prefieren, el tributo hortera a lo descafeinado. Obviamente se pasaban de frenada porque el filme de Hazanavicius no pretende suplantar nada ni a nadie. La estrategia de Hazanavicius se despliega con parecida actitud a la que Peter Jackson utilizó para forjar Forgotten Silver, o sea con la voluntad de representar inteligentemente un ayer “fabulado”. Eso es así porque entre otras cosas hoy, con el año 2012 llamando a la puerta, resultaría imposible hacer cine con los planteamientos de los años 20.
The Artist como la película citada de Peter Jackson o como las incursiones de Kaurismaki, Maddin, o los Quay, autores que también en algún momento renunciaron a la voz humana, no simulan, recrean; no usurpan, reinventan; no copian, alumbran historias sin legañas nostálgicas en sus ojos. Y si The Artist emociona, divierte y estremece es porque se percibe en su relato, atisbos de una verdad atemporal. El tiempo cronológico que convoca The Artist rememora la batalla librada hasta la extenuación por algunos de los mejores artistas como Chaplin. Ese momento de quiebra en el que el cine mudo dejó de existir justo cuando Wall Street descubría al mundo el significado de la palabra crisis. Ahora, como entonces, el planeta se angustia por la volatidad del dinero. Ahora como entonces, la desorientación es inmensa pero los escenarios son muy distintos. En ese contexto en el que transcurre la historia de The Artist, el final de los años veinte, Hazanavicius se sirve de un cuento de amor entretejido entre un veterano actor representante del viejo sistema de un cine escópico de héroes acróbatas y aventuras de exotismo bizarro y una joven actriz cuyo talento para asumir el presente representa el final de un régimen resquebrajado para siempre.
No es la primera vez que ese cine que habla del cine ha mostrado esa encrucijada histórica. Con mayor o menor rigor histórico, se nos ha mostrado la patética decadencia de aquellas luminarias fílmicas de glamour y multitudes a las que el sonido dejó sin presencia. La lista puede no ser amplia pero contiene obras impagables. Algunas muy (re)conocidas:, El crepúsculo de los dioses; otras mucho más incómodas, perturbadoras e incluso deprimentes como lo es Inserts de John Byrum.
Hazanavicius evita el tono solemne y negro de Wilder y no está dispuesto a asomarse al oscuro fondo abisal del filme de Byrum. Por eso su Artist opta por una cierta reconciliación, un juego metafórico que habla de la emergencia de un orden nuevo en el que la mujer representa un papel distinto. Frente al mundo afectado, exagerado y granguiñolesco del cine de Rodolfo Valentino, ese cine que se hunde metonímicamente en las arenas movedizas, como lo hace el principal personaje en su última película, puro arquetipo de una masculinidad periclitada, Hazanavicius propone un acto de reconciliación. Con la excusa de homenajear el cine de intertítulos y saltimbanquis, The Artist hace algo muy diferente. Forja un preciso y seductor filme pletórico de ritmo y sentido. No hay detalle sin intención ni secuencia sin interés. Todo en este filme impone una evidencia: el goce del hacer fílmico y la vigencia sin fecha de caducidad del relato romántico. Cine bonito, bien hecho y con talento. Con mucho talento aunque guarde silencio.
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