Una impostura autobiográfica
Título Original: ANONYMOUS Dirección: Roland Emmerich Guión: John Orloff Intérpretes: Rhys Ifans, Vanessa Redgrave, Joely Richardson, David Thewlis, y Rafe Spall Nacionalidad: Reino Unido y Alemania. 2011 Duración: 132 minutos ESTRENO: Noviembre 2011

El chiste era fácil y la tentación mucha. Roland Emmerich ha dedicado tanto esfuerzo para mostrar en sus películas la destrucción del mundo que, no contento con atemorizarnos con el fin de la humanidad, ahora pretende destrozar la imagen de Shakespeare, el baluarte de la gran escritura dramática. Eso han dicho algunas malas lenguas movidas por miradas vagas, las mismas que despachan sin matiz ni rigor este excéntrico pero ameno ensayo sobre la suposición, alimentada por algunas zonas sombrías en la biografía de William Shakespeare, de que éste fue un simple testaferro al servicio del verdadero escritor cuya identidad debía permanecer oculta. Ciertamente Roland Emmerich está muy lejos de eso que se conoce como cineasta. Lo suyo es puro oficio, profesionalidad sin estilemas ni aguas subterráneas que clamen por la paternidad de un artista. Al fin y al cabo a Emmerich se le conoce más por ser el cineasta europeo cuyas películas más dinero han recaudado que por las honduras de sus historias. Y aunque en su trayectoria no hay ninguna cinta sobresaliente y aparecen algunos títulos para no recordar, en su trabajo Emmerich ha regulado bien el tempo, ha sustentado con inteligencia las tramas e incluso no ha desdeñado enterrar en su nucleo duro, algunas minas de vocación alegórica. Superada la sorpresa de ver a Emmerich al frente de un filme de época, se entiende que este alemán, autor de Independence Day, El día de mañana y 2012, probablemente era una buena opción para ensamblar un guión amantado con leche de best seller y gestado con barniz culturalista. La sangre que recorre este cuerpo nacido para triunfar no es muy diferente de la que se encuentra en títulos como El código da Vinci, Amadeus, Shakespeare in love y From Hell. Esto significa que los hilos que mueve Emmerich se alimentan de nobles referencias al servicio de un Reader’s Digest con la intención de hacer sentir inteligente y sensible al espectador que disfruta con ella.
Con el pretexto de descubrir la verdadera identidad del autor de El rey Lear, Anonymous pergeña una tragedia hiperbólica. Derek Jakobi, un maestro en la prosa de Shakespeare y el mentor del Kenneth Branagh que en su despuntar parecía recoger el testigo del Welles de Campanadas de medianoche, introduce la hipótesis en tiempo presente.
En un teatro, ante un público que no reacciona, se representa la vida del conde de Oxford, un aristócrata de sangre noble y prosa excelsa cuyo deambular podría haber alumbrado la tragedia más oscura de cuantas obras escribió de manera anónima. No contento con insinuar que el verdadero Shakespeare era un hombre de paja, un botarate sin talento ni ética, lo que al filme le da razón de ser es su voluntad de abrir en canal el corazón de la Inglaterra de la reina Isabel. A un lado, la disección política, la descomposición de un régimen, la loca soledad de una reina de vida licenciosa en una corte puritana que todavía se haría más mojigata bajo la católica Escocia. Al otro, el ingenioso coser y descoser entre la propia vida del citado conde y las piezas mayores del bardo de Avon. Aquí el guión vuela sin mugas y no se detiene en casar la verdad histórica, sino en reforzar la tensión del relato. Emmerich, que comienza histérico, termina templado. Al confuso arranque, al histrionismo rampante de su despegue, lo reconduce con solvencia interpretativa, una Vanessa Redgrave que hace inolvidable a su reina. Y junto a ella, aunque no todos, la mayor parte del reparto contribuye a configurar un filme menos amable de lo que aparenta. Desde luego, no es carne de Oscar. Sus perfiles no están redondeados, cortan.
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