Violencia sin coartada ni motivo

Título Original: SECUESTRADOS Dirección: Miguel Ángel Vivas Guion: Miguel Ángel Vivas, en colaboración con Javier García Intérpretes: Fernando Cayo, Manuela Vellés, Ana Wagener, Guillermo Barrientos, Martijn Kuiper, Dritan Biba y Xoel Yáñez Nacionalidad: España y Francia. 2010 Duración: 81 minutos ESTRENO: Marzo 2011

No tomar el nombre de Haneke en vano, convendría recordarle a Miguel Ángel Vivas. No porque Haneke sea divino, que no lo es; su tierra pertenece a Lucifer y su mirada posee algo de maligno. Sino porque Secuestrados, en su orgía violenta, se aproxima más a Saw que a Funny Games. Sin embargo, la afirmación repetida por parte de Vivas sobre su cercanía ha hecho que sean muchos quienes al hablar y/o escribir de Secuestrados insistan en citar a Haneke porque aquí, como en el citado Funny Games, una familia acomodada sufre las iras de unos psicópatas asesinos. Más allá de esa coincidencia argumental, nada entrelaza a ambas películas. Es más, Vivas se encuentra justo allí donde Haneke no quiere estar; en el plano de lo gratuito. Mientras que el cineasta austro-alemán saca del encuadre la violencia y encierra en el debate moral al espectador hasta asfixiarlo, Vivas, quien afirma mostrar lo real sin querer mancharse las manos, reproduce el carnaval de muerte en un proceso de horror acumulativo.
Haneke dinamita el verosímil y es el espectador quien lo recompone fascinado por el horror de sus relatos y por la maestría de su poder manipulador para noquear el espectador. Vivas, no contento con embriagarse de violencia, adelanta los golpes en un burdo juego de causalidades pobremente interpretado. Probablemente, ambos, Vivas y Haneke participan de la misma condición, ambos son narradores de lo perverso. Pero su capacidad de reflexión no es la misma ni su talento. La única virtud indiscutida de Secuestrados es una duración breve. Apenas 80 minutos para una historia que no es tal, se trata simplemente de una situación. El primer día del estreno de su nuevo hogar, una de esas neoconstrucciones de cristal y cemento, tres enmascarados de origen emigrante, irrumpen en la vivienda para robar, vejar, violar, torturar y asesinar a sus propietarios. Vivas, al contrario que Haneke no pretende cuestionar nada acerca del lenguaje cinematográfico. Nada sabe de la distancia bretchiana ni de la esclerosis de lo genérico. Le basta con acumular golpes, gritos, sangre y despropósitos. Los actores no brillan y el guión, son cuatro arquetipos que se encaminan hacia el vacío sin remedio.
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