Sexo, Parkinson y confusiónTítulo Original: LOVE AND OTHER DRUGS Dirección: Edward Zwick Guion: Charles Randolph, Edward Zwick y Marshall Herskovitz Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Anne Hathaway, Hank Azaria, Oliver Platt, Gabriel Macht, Judy Greer y Josh Gad Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 112 minutos ESTRENO: Enero 2011

Hay muchas películas en ésta, tantas que la suma de todas ellas provoca una gran confusión. Su director, Edward Zwick, pertenece al generalato de Hollywood. En sus manos se han puesto grandes proyectos y mayores presupuestos. Tiempos de gloria, Leyendas de pasión, El último samurai, Diamante de sangre y Resistencia, son algunos de los más significativos. En todos los casos, la respuesta de Zwick ha sido la misma: no complicarse demasiado; aplicar sentido común y pagar alto oficio. O sea: no correr riesgos. Por eso sorprende este filme extraño en el que se mezcla el nonsense con el romanticismo, la tragedia con la denuncia y el humor con el melodrama. A veces la mezcla se sirve sin dar respiro para que se asuma el cambio de tercio. A veces se tocan teclas graves para acto seguido guardar silencio.
A Amor y otras drogas le cuesta diez minutos afrontar y enfrentar a su pareja protagonista. Ella, aquejada del mal de Parkinson; él, convertido en un tiburón de las multinacionales farmacéuticas que encuentra en el Viagra la clave de su éxito. Extraña pareja para un filme extraviado en el que, no obstante, se insinúan algunas graves actitudes del mundo de la medicina y sus manejos. En esa zona pantanosa en la que se rompen buenos argumentos, en su mitad vertebral, Amor y otras drogas suelta un mazazo impresionante cuando en una convención de enfermos de Parkinson, el marido de una afectada en cuarto grado le sugiere al protagonista que por mucho amor que tenga por su compañera, lo mejor que puede hacer es salir corriendo.
Esa cruel reflexión llena de lucidez, lo mismo que algunos reflejos sobre la frivolidad de la clase médica, la insensibilidad de quien vive de la enfermedad y la obsesión «falófila» de la cultura yanqui, insinúan una zona de sombras en la que rara vez penetra el cine. Y si el cine no entra, un servidor como Zwick sale corriendo. De modo que el filme prefiere el cuento feliz, el chiste excesivo, la carne desnuda y el pensamiento corto. Así, con una Anne Hathaway dispuesta a ser Julia Roberts en lugar de Julia Roberts y un Gyllenhaal que nada tiene ya que ver con el de Donnie Darko, todo es pasto de un simulacro extraño, muy extraño.
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