Un Torrente chiquitín Título Original: EL GRAN VÁZQUEZ Dirección y guión: Óscar Aibar Música: Mastretta Fotografía: Mario Montero Intérpretes: Santiago Segura, Mercè Llorens , Álex Angulo, Enrique Villén, Jesús Guzmán y Manolo Solo Nacionalidad: España. 2010 Duración: 100 minutos ESTRENO: Octubre 2010

En estos momentos Santiago Segura rueda la cuarta entrega de Torrente. A nadie se le escapa que arrasará. Lo piensa el propio Segura cuando en un trailer promocional que consiste en lanzar en 3D contra el espectador algunos fluidos de su torrencial humanidad, (pro)clama una frase lapidaria contra Avatar y el grave daño que ha supuesto para el arte de relatar historias. Torrente 4, en 3D, será un clon entre las anteriores entregas más el “tecno-avatar” de James Cameron. Éxito sobre éxito para poder engrendar la más espléndida sensación de pringue y regüeldo. Ya sólo falta el hedor.
Segura hace ya tiempo que se fusionó con su personaje, Torrente. Circunstancia que a Segura le ha reportado mucho dinero (ojo, tan o más merecido que el que cobran muchos futbolistas) y a nosotros nos priva (de momento) de un excelente actor y probablemente de un competente cineasta. Como su fama le precede, la principal cuestión que debemos plantear ante El gran Vázquez atiende a su naturaleza. ¿Se trata de un homenaje a la figura del creador de Las hermanas Gilda y La abuelita Paz, o de un pretexto para que Santiago Segura dé vida a un Torrente menor? Esa duda culpable maniata un proyecto levantado en torno a un gran personaje. Vázquez fue una leyenda. Un subversivo del tebeo. Un pícaro en la edad de plomo del desarrollismo español. Uno de esos tipos a los que no se les desea la cárcel por muchas que sean sus deudas, pero al que no se le dejaría la llave de casa.
La visión de El gran Vázquez llena la retina de carencias. Santiago Segura se presta con oficio al encargo y lo hace como si intuyera que el filme acabaría siendo no un acercamiento riguroso al personaje sino un guiño a sí mismo.
En el cine, cuanto más cerca está la realidad cronológica de lo que se cuenta, mayor es el engaño. Oscar Aibar ni puede pulsar la radiografía de Vázquez llena de contradicciones, ni intenta penetrar en el lodazal de la miseria del mundo Bruguera, la famosa editorial bajo cuyo yugo el tebeo español fue heroico, corrosivo, vital y necesario. Los mejores dibujantes, como los cineastas de aquellos años, en pleno franquismo supieron cultivar talento en medio de la ruindad. Aibar evoca ese hecho pero ni roza su esencia, ni descubre lo esencial.
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