Chicogrande de Felipe Cazals
Cazals y su esforzado corrido revolucionario
Felipe Cazals (1937), un veterano cineasta mexicano nacido aquí al lado, en Getaria, celebraba ayer una doble feliz coincidencia. A los 73 años, Felipe Cazals disfrutaba del honor de inaugurar un festival grande, de categoría A, en una tierra con la que por fuerza se identifica. Era una especie de retorno a la casa del padre. Pero es que además Cazals lo hacía con Chicogrande, una incursión que atraviesa de puntillas y sin apenas rozarla la biografía de Pancho Villa. Su primer largometraje de ficción, realizado en 1970, estuvo dedicado a Emiliano Zapata. ¿Casualidad? En Donostia es la norma que explica lo inexplicable. De modo que bajo esa sensación de El día de la marmota, una especie de déjà vu paradójico y extraño, se abrió ayer la 58 edición de un festival que el año que viene ya no ¿será igual? porque su director se marcha sin irse. Diez ediciones ha dirigido Mikel Olaciregui; diez ediciones sostenidas desde la dignidad de un trabajo sembrado de minas. Algunas vinieron de fuera. Las peores fueron las de fabricación casera. Especialmente las que en los últimos tiempos le dedicaron guardianes del delirio, mercaderes de estómago siempre hambriento y famosos despechados.
Olaciregui debutó la semana siguiente al 11 S de 2001. Olaciregi se va, en el año de la crisis y clausurará su último festival horas antes de la huelga general del 29 S de 2010. ¿Década negra? No del todo. De hecho, el festival, con problemas, con debilidades, con flaquezas endémicas, permanece como la gran cita cinematográfica de todo el estado. Pero de política cultural hablaremos en otra ocasión. Hoy, y durante ocho días, sólo habrá espacio en esta crónica para el cine y sus anhelos.
Decía que Chicogrande era un corrido mexicano de aires solemnes, de diálogos trágicos, un poco Ripstein, un poco Welles y un poco folletín televisivo. También decía que con Chicogrande, Cazals cerraba un periplo iniciado hace cuarenta años con Emiliano y terminado ahora con Francisco. Sin embargo, para ser rigurosos, no es Pancho Villa el personaje central de Chicogrande; Villa apenas es la sombra que todo lo preside. Un Villa herido y cojo, representado como un busto de bronce, se erige como el origen del eco mítico con el que Cazals rinde pleitesía a través del personaje que da título a su filme, Chicogrande, a todos los héroes anónimos. A los que mueren por no delatar, a los que se les quita la vida por ser honestos, a los que carecen de nombre aunque muchos hombres les deben todo.
El filme de Cazals resulta tan bien intencionado como mal ajustado. Hay algo de cine enciclopédico, de compendio de muchos y de síntesis de nada. Este veterano director mexicano pretende un mestizaje contranatural. Mezcla géneros y tonos. Su película tan pronto deviene en ceremonia teatral capaz de dar un corte de mangas a la servidumbre del realismo cinematográfico como, de repente, se ensimisma con un simbolismo decididamente rancio. A veces opta por la aspereza con la que Polanski esculpió su Macbeth, otras se deja llevar por el exceso esteticista del Angelopoulos de los grandes frescos épicos. Mientras Chicogrande acude a esos referentes, el filme, aunque desorienta, parece aspirar a forjar un discurso complejo. No lo logra porque el duro sacrificio que plantea se reblandece por un exceso de entusiasmo épico que lleva a convertir a Chicogrande en un Cid mexicano.

Poetry de Lee Chang-dong
Justicia poética

Ganadora de la Palma de Cannes 2010 al mejor guión, Poetry/Poesía de Lee Chang-dong muestra una extraordinaria seguridad en su escritura. Ha sido la película escogida para inaugurar y dar la señal de salida a Zabaltegi, esa sección indefinible en la que conviven obras maestras con balbuceos empeñados en confundir como moderno lo que hace cien años los artistas de las vanguardias tiraban a la basura como experimento fallido.
De cualquier modo, empezar con un brote de lirismo siempre es una prometedora manera de impulsar una aventura por muy Zabaltegi que esta sea. Y lo reseñable en este caso es que, en apenas dos secuencias, Poetry ilumina por completo la cartografía que va a explorar.
De un lado, Lee Chang-dong enseña a su principal protagonista, una mujer al borde de la edad de la jubilación a la que el Alzheimer comienza a asediar. Vive con un nieto adolescente de alelada mirada y ningún talento. Lo alimenta y lo cobija sin recibir afecto alguno. Ella se gana la vida como asistente de personas con discapacidad y justo, cuando las palabras se le escapan devoradas por la enfermedad, decide cumplir una vieja aspiración que le acompaña desde niña: escribir unos versos.
El material con el que construirá ese poema lo encontrará como en los buenos westerns, río abajo, allí donde unas aguas nerviosas trasladan el cadáver de una joven ahogada. Lo que transporta el río, además de esa niña muerta es también el horror y la vergüenza de una sociedad hipócrita y machista, los restos humeantes de una forma de vida tan pragmática como decadente.
Como en Twin Peaks, Lee Chang-dong se sirve del enigma para describir una sociedad, la Corea del tiempo presente. Poetry no acude al thriller ni al suspense. El misterio de esa muerte inaugural se resuelve pronto. Lo que le ocupa al cineasta es otro misterio, el de la falta de responsabilidad y honestidad de los ciudadanos honorables. Como buen cine coreano que es, todo en Poetry se reclama puro melodrama. Sentimiento en vena, emoción por la espalda, escalofríos sin esperanza…
Hace unos años, Lee Chang-dong filmó Oasis (2002), un mazazo de sensible lucidez sólo al alcance de los mejores orfebres del corazón; leáse Friedrich Wilhelm Murnau, Douglas Sirk y Max Ophuls.
Durante un par de años, definidos por él como la copa más amarga que ha tenido que beber, Chang-dong fue Ministro de Cultura de Corea del Sur. Regresó al cine cinco años después con Secret Sunshine (2007), un oscuro y turbio ensayo sobre la solidez de la fe y la fragilidad del perdón. Su pulso seguía firme.
Ahora, con Poetry, un filme resuelto desde la convicción, Chang-dong hurga en la vieja herida que tanto le preocupa: la del heroísmo sin reconocimiento de los inocentes. Para ello, muestra la faz de un universo idiotizado por el consumo, el dinero y las apariencias. Eso le sirve para esbozar un intenso, ingenuo y conmovedor alegato. Un poema que reclama un sacrificio, que exige unas bellas palabras escritas por alguien que las está olvidando y que formula un acto de justicia que (im)pone valentía a un estado de las cosas agónico.
Bella e inteligente película que además posee un extraordinario regalo en su interior: la presencia de Yun Junghee, una actriz inmensa de la talla de Helen Mirren. Si en esta edición aparecen en la sección oficial dos o tres películas de esta talla, 2010 será un buen año para la actividad creativa. Por cierto, en su acepción primigenia, desde los tiempos de Aristóteles, poesía significa eso.
Please follow and like us:
Pin Share

Deja una respuesta