Los sueños de la guerra fría engendran terroristas Título Original: SALT Dirección: Phillip Noyce Guión: Kurt Wimmer Intérpretes: Angelina Jolie, Liev Schreiber, Chiwetel Ejiofor, Daniel Olbrychski, August Diehl, Hunt Block y Andre Braugher Nacionalidad: USA. 2010 Duración: 101 minutos. ESTRENO: Agosto 2010

Liev Schreiber con su presencia en Salt y su protagonismo en la película de Jonathan Demme, El mensajero del miedo (2004), establece una significativa y siniestra continuidad entre ambas películas. Schreiber encarna el signo de la ambigüedad. Esculpe una mirada de la que nadie se fiaría. La del lobo oculto del que siempre se teme que abandone la piel de cordero. Contraponer el rostro de la incertidumbre moral con la heroína íntegra que Angeline Jolie representa e intercambiar sus roles, alienta la máxima intriga de un filme que sacrifica el misterio por la filigrana acrobática y que trueca la profundidad ética y política por el arabesco digital.
La naturaleza del director se impone a la de su producto, la contamina de hecho. De ese modo, Salt se impregna con los atributos de Noyce; con sus altibajos. Deviene en metonimia de su propia obra: un producto muy solvente en su planteamiento y muy epidérmico en su desarrollo. Australiano como Weir y como Gibson, e inclasificable como ellos, aunque menos ambicioso, en declaraciones recientes, Noyce ( Australia, 1950) ha desvelado su conocimiento del mundo del espionaje porque su padre lo fue. Acostumbrado a las dobles personalidades, su filmografía avanza entre un cine mainstream tipo Juego de patriotas (1992) y Peligro inminente (1994), junto a proyectos indies como Calma total (1989), Generación robada (2002) e, incluso, Atrapa el fuego (2006). Como cineasta, Noyce parece ser capaz de la sutileza y del brochazo, del trabajo comprometido y del desatino al servicio del mercado. Basta con recordar fiascos como El santo (1997) para sentir ante su presencia una total desorientación.
Pese a ella, es evidente que Salt arranca con consistencia y con una osada hipótesis en torno al asesinato de JFK. Noyce conoce bien el oficio. Argumentalmente se diría que Salt aspira a ser una puesta al día de lo que Frankenheimer planteó en The Manchurian candidate (1962) a partir de la temática que Naoki Urasawa, guionista y dibujante japonés, desarrolló en Monster (1994-2001): la manipulación psicológica de niños con intenciones de convertirlos en armas humanas, en asesinos.
Con el trampolín anclado en ambos extremos Salt marca un doble salto mortal. Da cuerpo a la hipótesis de un comando de espías rusos creados durante los años de plomo de la guerra fría y que, ahora, en pleno siglo XXI, son “despertados” para cumplir su letal misión: culminar un sabotaje terrorista concebido como la gran venganza del fantasma del comunismo soviético. Noyce arranca su filme en Corea del Norte, en medio de una escena de torturas infligidas a Salt, una persona norteamericana sospechosa de ser un agente de la CIA. La novedad de Salt es que es mujer y se llama Evelyn, o sea la que da alimento. A última hora, Noyce decidió que en lugar de contar con Tom Cruise, su protagonista tuviera el poderoso físico de Angeline Jolie, para hacer de Salt una Eva del futuro.
Resulta obvio que el guión peca de previsible y que la dirección jamás se rebela contra su hipoteca de blockbuster. Pero en su interior este filme hace palpitar algunos rasgos de alto interés simbólico. Que sea en Corea del Norte, la última fortaleza del comunismo fundamentalista, donde arranca y se esconde la clave de Salt no es un detalle menor. Como tampoco lo son los oficios, la misión y los personajes que la habitan. Había materia para adentrarse en las arenas movedizas de la lealtad, del deber, del perdón y del imprevisible entramado psicológico que conforma al ser humano. Noyce, tan audaz otras veces, se muestra fascinado por Angeline Jolie. Ella es Salt y Salt es un inmenso divertimento a su servicio.
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