Conversaciones con “mi abuelita” Título Original: LA TÊTE EN FRICHE Dirección: Jean Becker Guión: Jean Becker y Jean-Loup Dabadie a partir de la novela de Marie-Sabine Roger Intérpretes: Gérard Depardieu, Gisèle Casadesus, François-Xavier Demaison, Maurane y Patrick Bouchitey Nacionalidad: Francia. 2010 Duración: 82 minutos ESTRENO: Agosto 2010

Parece imposible que el director de Verano asesino (L’Eté meurtrier, 1983) sea el mismo que hoy firma Mis tardes con Margueritte (2010). Han transcurrido casi treinta años pero, la metamorfosis de Jean Becker roza lo insólito. Entre el filme interpretado por una sensual Isabelle Adjani dispuesta al crimen por la venganza y la serenidad de una nonagenaria Gisèle Casadeus convertida en un ángel transformador, ha pasado algo profundo. Esta transformación gradual ha vivido escalones decisivos. Por ejemplo, La fortuna de vivir (1998), un melodrama coral de final terapéutico hecho de humedades lacrimales. Otro significativo escalón: Conversaciones con mi jardinero (2006), aleccionadora reflexión sobre el arte, la naturaleza y la amistad capaz de conmover a los incrédulos.
La fuerza del Becker del siglo XXI reside en que no disimula su voluntad de acongojar. Apunta al sentimentalismo y lo hace sin disimulos. Es evidente que en Mis tardes con Margueritte asistimos a un pastel de mucha azúcar y pocos tropiezos. Rescatar a la veterana actriz Casadeus para exponer su fragilidad como vehículo de seducción deja claro que Becker juega sin pudor sus conmovedoras cartas. Enfrentar a Gisèle con un noble bruto con cara de Depardieu, que aquí (con)funde Obélix con Cyrano de Bergerac, sublima la aleccionadora prosa de la novela de Marie-Sabine Roger en la que se basa el filme. Becker, fiel a un cine en el que habitan personajes vulnerables, tiernos y parlanchines, frente al cine espectáculo propone un cine intimista y cotidiano. Si el primero cada día abunda más en los efectos especiales y en la inexpresividad de la acción, su cine cada vez resulta más explícito en su deseo de verbalizar la emoción. Su relato, la transformación de una pedestre oruga (Depardieu), en un cultivado ruiseñor por la gracia de un hada buena carne del olvido para sus ocupados hijos, encierra un requiebro mayor en torno a un núcleo amargo. La reflexión/contraste entre la madre biológica eternamente enojada y la abuela bondadosa siempre con el libro necesario, habría sido inolvidable si Becker hubiera sido más coherente con la verdad de los personajes. En su lugar abusa del mensaje y del masaje, pierde verosímil pero refuerza la eficacia de ser un cuento moral para adultos.
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