Fondo y forma, moral y ética Título Original: LE SILENCE DE LORNA Dirección y guión: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj, Morgan Marinne, Olivier Gourmet, y Anton Yakovlev Nacionalidad: Bélgica, Francia e Italia. 2008 Duración: 105 minutos ESTRENO: Julio 2010

Convertidos en referencia obligada del nuevo realismo europeo, los hermanos Dardenne plantean con El silencio de Lorna una evolución/traición a lo que significan. Para ello plantean aquí un quiebro deseoso de liberarse del rígido corsé que su filmografía había consagrado en un gesto de peligrosa autofidelidad. Documentalistas de vocación y cineastas por el éxito crítico de su primera película de ficción, nadie como los Dardenne ejemplifican mejor ese cine desesperante y desesperado de nucas cabreadas y personajes sin sonrisa. Un cine que nació con La promesa. Aquella crónica feroz sobre el desencuentro entre un padre y un hijo por la actitud especuladora del primero que no dudaba en chupar la sangre de los emigrantes en el neoesclavismo de la Europa del bienestar, supuso su despegue pero al mismo tiempo impuso/limitó su estilo.
Posteriormente, película a película, el cine de los Dardenne se desprendía de las anécdotas como quien arroja el lastre para ascender hacia lo esencial. Rosetta (1999), El hijo (2002) y El niño (2005) fueron tres pasos dados en la misma dirección. Peligrosa dirección que amenazaba con que los Dardenne acabarían perdiéndose en una nada rigurosamente minimalista. Su proceso confirmaba que la presencia obsesiva de la autoría puede provocar la decadencia de la obra. Pero en El silencio de Lorna no hay reiteración sino reinvención.
Con ella, los Dardenne vuelven a avistar la tierra de la denuncia y su película renueva el testimonio beligerante de La promesa. De nuevo la emigración, la delincuencia blanda y la muerte barata confirman los límites de su denuncia de esa Europa tan cara para quienes carecen de papeles. El universo de los cineastas belgas resulta absolutamente reconocible. Adolescentes heridos, atmósferas insanas, necesidad y mentiras, angustia y pobreza. A diferencia de Rosetta, Lorna, salida del mismo agujero de la realidad, se encamina en sus momentos finales hacia el lugar donde habitan los grandes cuentos: el bosque. Un bosque en el que los Dardenne ritualizan su amarga paradoja. Ya no es el lugar del peligro sino el espacio del refugio. Una inapelable advertencia sobre esta Europa donde el tráfico de vidas humanas apenas importa.
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