De la consola a la Casablanca Título Original: PRINCE OF PERSIA THE SANDS OF TIME Dirección: Mike Newell Guión: Doug Miro, Carlo Bernard y Boaz Yakin; basado en un argumento de Jordan Mechner Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Gemma Arterton, Alfred Molina, Ben Kingsley, Steve Toussaint y, Toby Kebbell Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 117 minutos ESTRENO: Mayo 2010

La pregunta clave de Prince of Persia versión película: Las arenas del tiempo, se reduce a un trampantojo canalla. Si como sugieren el director y los guionistas, estamos ante una fábula tipo Sherezade y sus noches eternas que cultiva una alegoría sobre las armas de destrucción masiva que nunca tuvo Saddam Hussein, ¿quién es el Bush Jr. de esta película? Estoy seguro que no son ni el personaje de Jake Gyllenhaal imitando a Rafa Nadal, ni Alfred Molina haciendo de berebere rufián, ni Gemma Arterton y su sensual atractivo de cartón piedra. Sospecho que Bush Jr. debe ser el personaje de Ben Kingsley, el cuñado del rey de Persia, el traidor rencoroso y criminal, el instigador de la guerra. Lo que no acierto a comprender es por qué un filme de este tipo palomitero y banal se complica la vida con coartadas políticas.
De todos modos hay pocas cosas que entender en una película que hunde sus raices en la prehistoria de los videojuegos. De la pantalla monocroma, el juego se hizo mayor al llegar la PS2, donde ya pudo formular algo parecido a un relato. De buena jugabilidad y de movilidad alta, Prince of Persia ofrece una peculiaridad muy efectiva, una daga que convenientemente activada permite volver atrás en el tiempo para subsanar los errores cometidos.
Esa daga nutre la mayor originalidad de su argumento que, por otro lado, se limita a reproducir las habilidades acrobáticas del héroe protagonista. Su argumento es débil y su atractivo escaso. Entre otras cosas porque desprecia lo que debe ser: cine de aventuras. Mike Newell, un británico con oficio para la comedia (Cuatro bodas y un funeral), y sin aliento para la fantasía, (Harry Potter y el cáliz de fuego), se muestra incompetente para la acción. Sin sentido del ritmo ni pulso vital, ver Las arenas del tiempo resulta tan alienante como mirar una partida jugada por otro. Sin interactividad, el relato y la emoción deben aportar interés y aquí jamás acontece eso, entre otras razones porque se ha juntado al equipo equivocado. A Gyllenhaal le hemos visto brillar en infiernos existenciales donde su perpleja mirada sugiría recovecos y pliegues. Aquí, es un príncipe embobado que ignora lo que Douglas Fairbanks, Errol Flynn y Burt Lancaster sabían: disfrutar como niños para conmover como artistas.
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