Crónica de una ausencia, radiografía de un vacío Título Original: DARBAREYE ELLY Dirección y guión: Asghar Farhadi Intérpretes: Golshifteh Farahani, Taraneh Alidousti, Mani Haghighi, Shahab Hosseini, Merila Zarei, Peyman Moadi y Rana Azadivar Nacionalidad: Irán . 2009 Duración: 118 minutos. ESTRENO: Mayo 2010

Hay un momento crucial en este filme que resume la tragedia de ser mujer en el Irán de nuestros días. Corresponde a la penúltima vez que vemos el rostro de Elly. Lo que la cámara de Asghar Farhadi ha mostrado hasta entonces transmite la certeza de que Elly vive en medio de la incertidumbre. Con ella, por ella, sabemos que Elly algo (nos) oculta. Ese algo que se dibuja en un rostro de arabesco y filigrana no es tanto la mentira y el miedo, como la muerte. Muerte real y muerte simbólica porque el crepúsculo de Elly no hace sino alumbrar el ocaso de las libertades en el alba nuclear de un país que (pre)siente una guerra en su horizonte. Elly ha sido llevada a una reunión familiar de amigos que compartieron universidad y oficio para ser exhibida/aceptada como novia pero, en realidad, el director y guionista de este filme la utiliza para radiografiar la enfermedad que sacude a su país en el tiempo de hoy: la falta de libertad y la asfixia que provoca una tradición anclada en la desigualdad.
Muchas referencias críticas han señalado que en la desventura de Elly sobrevuela La aventura de Antonioni. Es posible. Ambos filmes comparten la llamada del mar, la presencia de una ausencia y el derrame de sentimientos que ese misterioso vacío provoca. Pero ese juego de referencias entre Farhadi y Antonioni termina ahí, en el límite de la coincidencia formal. Farhadi hace como el Lars von Trier de Rompiendo las olas con respecto al Dreyer de La palabra. Ambos dan una vuelta de tuerca. Lo paradójico es que Trier lo hacía explicitando lo milagroso, como un neocreyente ingenuo, arrebatado de espiritualidad. Por el contrario, en este filme, Asghar Farhadi no mira hacia la Meca ni nada pide a la religión. La suya es una historia social que suelta una cuchillada contestataria.
Con Irán y el cine pasa como con Japón y el cómic. Su creatividad supera con mucho el potencial económico de la población que representa. El cine iraní cuenta mucho en el panorama internacional y en este momento lo hace por dos motivos: por la calidad de sus películas y por la represión que sufren sus cineastas. Y sin embargo, se da la paradoja de que A propósito de Elly ha sorteado una censura gubernamental que ahora siembra la injusticia. ¿Dónde reside el secreto de ese regate? Es evidente que Farhadi no esquiva las suspicacias políticas porque juegue en el terreno de la metáfora, sino por lo contrario. Le basta describir lo justo para insinuar lo más. No hay oscuros sobreentendidos ni palimpsestos para iniciados. Por compararlo con el cine español de los tiempos oscuros, la estrategia de Elly se acerca más a Tristana que a La prima Angélica. Farhadi filma lo cotidiano sin énfasis distorsionadores ni espejos que lo deformen.
Al optar por una crónica de la contención, Farhadi transita un camino que se sitúa en las antípodas de tortugas mutiladas y gatos persas que nadie desea. Sus niños se comportan como tales, no muestran muñones de horror, ni devienen en alegoría de lo que no son. Es más, sus protagonistas son los bienaventurados por el sistema. No es casualidad que sean hombres conocedores de la Ley. Por eso mismo, por cuanto se ganan la vida dirimiendo conflictos y domesticando las normas, su desmoronamiento, su cobardía y su incapacidad duelen más. Ese desconcierto de un grupo de abogados, respetables padres de familia, forja la radiografía honda e inquietante de un país en el que ser mujer es una condena. Hace diez años, Jafar Panahi, hasta hace poco en prisión, trazaba un bucle para mostrar el vía crucis de las mujeres iraníes en El círculo. Aquí y ahora, Farhadi avanza en linea recta y, lo que estremece más, no alienta la esperanza de una marcha atrás.
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