Los dioses también leen a Freud
Título Original: CLASH OF THE TITANS Dirección: Louis Leterrier Guión: Phil Hay, Travis Beacham y Matt Manfredi; basado en la película “Furia de titanes” Intérpretes: Sam Worthington, Liam Neeson, Ralph Fiennes, Gemma Arterton, Alexa Davalos y Jason Flemyng Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 106 minutos ESTRENO: Abril 2010

Ante la visión de Furia de Titanes se imponen más que los ecos argumentales y estilísticos de quienes le han precedido, los recursos visuales que le alimentan. Esa es la condición del cine comercial del siglo XXI. Que sus préstamos, sus fuentes nutricias, sus influjos y referencias no deben buscarse en el campo del relato sino en el taller del efecto. Hay más de escópico y banal que de arte y riesgo. De hecho, Furia de Titanes nace sobre las ruinas de la película homónima de 1981, película recordada porque con ella se despedía Ray Harryhausen, maestro de la técnica denominada Stop-Motion y progenitor de algunas de las criaturas fantásticas más inolvidables que el cine ha dado. En algún modo, Harryhausen supo imprimir tanta personalidad a sus criaturas monstruosas que devino en una referencia más atractiva en los filmes que participaba que el resto del reparto.
Rodada en 2D, comercializada también en formato 3D, Furia de Titanes debe verse desde aquella actitud que todavía hoy sostiene el citado Harryhausen, con el expreso deseo de gozar del cine como si se fuera un niño. Sin esa condición, esta Furia provocará escaso entusiasmo pese a que en ella Louis Leterrier, responsable de la última adaptación al cine de Hulk, se comporte con una canónica disciplina digna de cierto respeto.
En lo esencial, el argumento incide en las mismas aventuras que el filme de 1981. Perseo, hijo de Zeus, mitad hombre, mitad dios, al final sabremos que es lo mejor de ambos, deberá adentrarse en un periplo fantástico al servicio de un gazpacho mitológico más sensible al guiño que al rigor. En su viaje para salvar Argos de la amenaza del Kraken no falta ni siquiera un visto y no visto cameo de Bubo el búho, feliz presencia del filme de 1981. La acción es el verbo y una vuelta de tuerca a la idea del héroe clásico, su motor. No hay pretensiones de bucear en los intersticios simbólicos, de modo que Leterrier pasa por encima de enfrentamientos edípicos, paradojas metafísicas o simplemente postulados míticos como un mal alumno de psicología, amaga sin dar. Pero la fuerza del mito y el reclamo de su iconicidad intrínseca acaba imponiendo una extraña fascinación. La del niño que nos habita, la del pasado que nunca se va del todo.
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