Los marcianos están entre nosotros, son… los otros Título Original:THE BOX Dirección: Richard Kelly Guión: Richard Kelly según el relato de Richard Matheson Intérpretes: Cameron Diaz, James Marsden, Frank Langella, Michael Zegen y Gillian Jacobs Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 115 minutos. ESTRENO: noviembre 2009

Cualquier intento de reivindicar The Box está condenado a sufrir las iras de la mayor parte de quienes ya la han visto. Porque, digámoslo cuanto antes, The Box gusta poco e irrita mucho. Por eso mismo, asumir cualquier gesto a su favor resulta incómodo porque, es evidente, que eso provocará en la mayor parte de sus nuevos espectadores una profunda desconfianza hacia el criterio de quien se atreva a salvarla del fuego. Discutir que The Box no es un filme irregular, fallido y desarticulado llevaría a confundir la naturaleza de una historia que aborda el fantástico desde un deseo de regeneración. Por eso su reino no pertenece a estos criterios convencionales.
El modelo de partida de The Box, por más que el trailer lleve a confusión, poco tiene que ver con los arquetipos habituales del cine de susto y sobresalto. Tampoco, por otro lado, Richard Kelly muestra demasiado interés por ceñirse de modo literal a ese cine de preocupación social y de incertidumbre moral implícito en el argumento original sobre el que crece el filme: el relato corto, Buttom, button de Richard Matheson.

Autor de la película de culto, Donnie Darko, y responsable de uno de los mayores descalabros de la década, Southland Tales, Richard Kelly se debate en un filo peligroso. Se le acaba el crédito y el mundo del cine concede pocas oportunidades, menos cuando, como en su caso, deslumbró con su alumbramiento. Pero él ni cede ni concede. Su cine sigue siendo intenso.

Su mayor contradicción estriba en que el punto de partida de The Box parece arrancado de un episodio menor, proveniente de un tebeo de terror: Una caja con un botón. Si se aprieta, alguien, en alguna parte del mundo, un desconocido, morirá. A cambio, quien la pulse recibirá un millón de dólares y… ahí se esconde el juego.
Tan peregrino argumento deviene, en las manos de Richard Kelly, en un tratamiento solemne, oscuro, minado por referencias y entrecruces, enmarañado por líneas argumentales. Arabescos que mezclan la carrera espacial con la vulnerabilidad familiar. Los sentimientos con la razón. La ambición con el sacrificio. Desde el primer instante, desde la primera presencia de una actriz mainstream como Cameron Diaz, aquí redibujada, todo adquiere un aire siniestro, hipnótico, enfermizo y sombrío. El terror que Kelly invoca germina en el seno de la ritualización de lo cotidiano devenido en extraordinario. Un pie amputado, un alumno impertinente, un vecino boquiabierto, un hijo vigilante…, Richard Kelly se baña en las mismas aguas pantanosas que agitan los sueños de Cronenberg y Lynch, de Haneke y Fincher. Algo de ellos se agita en The Box, algo de esos universos atacados por la paranoia y la obsesión, por la insania y el misterio, introduce Kelly en su caja para reivindicarse como esa gran esperanza que Donnie Darko anunció hace ya 8 años. De ese modo, The Box, puzzle perverso de cabos desatados, radiografía la familia nuclear de los años 70, la que creció tras el desmoronamiento de la contracultura, la de la esperanza en la tecnología y el dinero. No es casualidad que el tiempo en el que acontece lo que The Box relata es el tiempo en el que Richard Kelly fue concebido.
Pero como resulta imposible resumir aquí la sobrecarga narrativa que The Box almacena en su interior, la única posibilidad que queda a quien se niega a condenarlo, es proclamar que, tras la irritación y el desconcierto, asoma la evidencia de la singularidad de un cineasta radical, extremo. Incluso cuando se pierde por culpa de una caja que no es sino el pretexto. Porque el verdadero texto habita en sus entrañas, un interior que, quienes han visto el filme, saben que está hecho de un ¿enigmático? vacío.
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